Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

29 febrero 2008

Reminiscencia con moraleja.

Se llamaba Julio. Su profesión no consistía en otra cosa que repartir ilusiones cada mañana desde las primeras horas del alba. Actividad, que prolongaba a lo largo de todo el día: con la misma sonrisa cordial, el mismo espíritu perenne y ese trato correcto, serio y adecuado que le hacía ganarse, poquito a poco, la confianza y respeto del barrio. Un barrio en que la palabra igualdad alcanzaba valor y veracidad en cada una de las personas que lo habitaban; obteniendo, dicha palabra, un significado justo, real, visible, contante y sonante como antaño recitaban las almas más leídas de la parroquia.

Julio era quiosquero: oficio que le obligaba a cultivar una cierta psicología social por su ininterrumpido trato con personajillos de la más diversa índole; pero, a diferencia de otras personas de su misma grey, los destinatarios de su afabilidad no eran sólo las almas cándidas, piadosas, ingenuas, pícaras y, a la vez, algo bobaliconas de los chiquillos del vecindario, siempre tan dados a escuchar la retórica meliflua, melindrosa y empalagosa de cualquier oferente de chucherías, sino todo aquel que a la hora de comprar la prensa para el papa, la Hola para la mama o la Cosmopolitan para la hermana de lencería caprichosa, tenía a bien intercambiar unas palabras con él.

Mucho tiempo ha pasado desde que éste que les escribe era un retaco de medio metro que acudía raudo con sus cinco duros, auténtica fortuna en aquellos maravillosos años, ha proveerse de víveres indispenseibols. Mi ojo insatisfecho recorría con avidez y codicia, raudo como los pies del escurridizo gitanillo cuya vida destina al latrocinio, los enseres de juguete ubicados pseudoestratégicamente en los anaqueles del raquítico pero bien provisto establecimiento. La desmesura mayúscula mostrada a la hora de pedir por la linda boquita que la genética puso en mi rostro, en presencia de mi madre, se convertía en motivo de una razonable torta no tanto por la actitud pedigüeña propia de toda criaturilla como por el derroche fútil de mis pretensiones, siempre tan elevadas.

Con el paso de los años y su ineluctable suma en el DNI y en la vida, esta característica, casi grotesca, se ha trocado en su inversa. La vida va dejando sus huellas en todos nosotros; algunas son casi imperceptibles, y van creciendo y desarrollándose en nuestro interior en absoluta latencia. Para cuando se manifiestan, en momentos en apariencia tan triviales como dar la razón a nuestros padres, se dice que es un síntoma de madurez; pero, tan solo es un signo más de envejecimiento o de pérdida de juicio, a veces, definitivo.

Antes que hombre, Julio era tendero. Incluso antes que marido, padre o vecino. Cuando una persona lleva a estos límites su profesión, como saben, tan sólo le queda ser feliz en su propia cama. Y con su propia esposa. O, al menos, con otra muy parecida. El problema, en el caso que nos ocupa, consistía en que la mujer de Julio no era tendera. No tenía sus mismas aspiraciones. Sus mismas metas. Sus mismos anhelos, deseos o preocupaciones. Su sino no era vender piruletas, chupa chups, gusanitos, triskis, palomitas, regalices, tabaco, condones homologados por la NsF (ninfómanos sin fronteras)…no. Su verdadero destino era no estar siempre al lado de Julio. Sin importarle el aparente feeling que les unía y hacía felices y dichosos. La monotonía, cuyos arrebatos más pronunciados se asegura que abaten incluso a hombres de Dios, ataca con fiereza, gallardía y tesón tentando a las almas más puras, impolutas e inquebrantables.

Como resultado y moraleja a tener en cuenta, tenemos la vaguedad o imprecisión del término propiedad. No voy a decirles o aclararles si la cuestión recae sobre su propia cama o sobre su propia mujer. Les dejo meditarlo. Por cierto, no sé qué pudo ser de Julio. Y, para sosegarles, les diré que tampoco tengo muy claro que la fuente de la que me he inspirado sea de fiar. Al menos, tanto como la mujer del tendero: que Dios tenga en su gloria y en sus arrabales cuando le llegue su hora.


Egos tan descarados como ocurrentes: “la fidelidad es la constancia y exclusividad con que un determinado sexo penetra o es penetrado por otro igualmente determinado, o se abstiene de ser penetrado o de penetrar” Javier Marias; “si hubiera querido una relación convencional, tendría que haber escogido a una mujer convencional” Kem Follet. Es un verdadero placer, grande y vanidoso, tenerles ahí detrás aunque no se manifiesten; por ello les agradezco que me lean, y, aún más, que me aguanten. Buen fin de semana.