Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

05 diciembre 2007

La navidad, la iglesia y los ateos.

No sé si hablar de la navidad hoy es adelantarme o en cambio llego tarde a la cita. ¿Cómo es posible que los centros comerciales, según me han dicho, lleven más de un mes con adornos navideños? ¿A qué se debe este espíritu navideño? ¿El ateísmo pragmático que envuelve nuestras precarias existencias está en decadencia?

Llama la atención las prédicas quejumbrosas de los párrocos, obispos y demás curia evangelizadora en nuestros tiempos. A nuestros mayores, les extrañaría en demasía el haber llegado a esta situación. La iglesia en su día educó, mandó y adoctrinó a fieles e infieles. Todo ello, hizo de nuestra sociedad el remedo de un pasaje bíblico con las connotaciones de anacronismo implícitas, indefectibles e inevitables. En cualquier caso, la iglesia era una realidad palpable y fácilmente identificable. Poderosa. Rica. Influyente e ininfluenciable. Una institución, sin duda, muy a tener en cuenta en todos los aspectos de nuestra sociedad.

Pero, ni que decir tiene, lo antecitado forma ya parte del pasado. Mera reminiscencia. Hoy la iglesia no tiene la misma presencia que antaño, ni cuantitativa ni cualitativa. Y, para desgracia de ateos, ha sido peor el remedio que la enfermedad. Las nuevas generaciones que crecen a la intemperie asocial, incívica y adeontológica, en la actualidad, echan de menos los valores religiosos tan denostados: ese respeto; esa educación; esos valores éticos; ese, en ocasiones, necesario miedo.

Resulta que es de recibo progresar y tener siempre la vista al frente. Tener nuestro pasado sólo como un referente opcional e insignificante; ni tan siquiera, como una bitácora en la que consultar el itinerario más coherente de acuerdo a nuestros intereses. Estamos en la sociedad de la información, de los derechos, de la igualdad indiscriminada. Nada ni nadie tiene derecho a decirnos qué hacer, qué decir, qué pensar. Cualquier influencia externa, la repudiamos con la certeza apodíctica de seguir la senda correcta de nuestras convicciones, tan arraigadas en todos y cada uno de nosotros.

Claro, como no todo lo que reluce es oro, defender a la iglesia hoy día es una actitud obsoleta, desfasada y anquilosada en el pasado. La iglesia siempre tan cercana a la derechona conservadora. Culpable de la tardía emancipación social de la mujer. Culpable de retrasos en la investigación médica. Culpable en fin, de todos los males que achacan a nuestra sociedad. Es evidente que el hombre no está educado para asumir culpas propias, los culpables son siempre los otros. Decían los sabios orientales que para cambiar el mundo primero debíamos mirarnos nuestro propio ombligo. Pero la sociedad de los derechos, que no de deberes, no admite tales axiomas. Todo es cuestionable, todo es discutible, todo es, en fin, relativo.

Lo anterior, como casi todo en la vida, tiene una excepción: el interés. Basta que se puedan conseguir beneficios de algún tipo para que donde dije digo diga diego. Ahí tenemos a los publicistas llenándonos la retina de nieve, pastores y estrellas de oriente. Todo ateo con progenie, se desvive estos días por encontrar a sus vástagos el traje de pastorcillo más mono para la función de navidad que se celebra en el cole privado. Toda madre carente de fe durante el año, pugna con otras madres porque su niñita sea la elegida para el papel de virgencita, papel que no suele ser vitalicio. Abuelos de toda ralea –aunque fuesen los más rojos del pueblo-, fotografían y graban a sus nietos vestidos de angelitos. Delicioso, ¿verdad?

Es decir, podemos imprecar hasta la saciedad la iglesia y sus dogmas durante todo el año que, cuando llegan las épocas en que se imponen los usos sociales generalizados, nuestras convicciones caen en saco roto –si acaso las tenemos-. Y esto le pasa a todo el mundo por muy catedrático de ateísmo y apologeta vilipendiador de curas que sea. Tanto de lo mismo pasa en Semana Santa. Varios de los que se dicen ateos he visto yo de costaleros, con una devoción tal que me conmueven como el final de Bambi, o más; en fin, la máscara de la vida, ya saben.

Fundamentos de derecho literario: "el olvido es un antídoto infalible contra la fosilización personal: necesitamos olvidar parcialmente para dejar de ser nosotros mismos, para ser de nuevo o para ser otros, para emanciparnos de la esclavitud del yo y conquistar la felicidad de ser otro sin dejar de ser uno mismo, que es quizá la única forma concebible o sensata de felicidad. La felicidad es el olvido. Quien no sabe instalarse en el umbral del instante, olvidando todo lo pasado, no sabrá jamás en que consiste la felicidad; peor aún, nunca hará nada que haga felices a los demás". Rogelio Moreno. La farmacia del olvido (apunte sobre Nietzsche).