Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

02 febrero 2008

De la nocturnidad y la vida.

La noche y sus elementos, muchos en cantidad y en variedad, confunden. Se trata de una confusión crónica y, en muchos casos, genética; para la cual, de momento, no hay cura conocida. No quisiera enfatizar las consecuencias, de índole pecaminosa, de esta confusión; tampoco su duración, claro. Aun así debe tenerse claro el origen, para afrontar posteriormente el problema.

Presumo de miopía y, créanme, a pesar del dicho: no carezco de ella. Esta, desde luego, no me sirve como disculpa ante mis seres más queridos, con lo que mucho menos, me servirá ante un desconocido; más, si éste pertenece a ese género sensible, delicado, caprichoso, frágil y poético cuyos componentes, si no me falla la memoria, reciben el nombre de mujeres.

Ahondando en la cuestión, deberían preguntarse por la subjetividad de la confusión; esto es, por el sujeto confundido. Lo percibido suele ser exógeno, artificial e incierto, pues mirarse a uno mismo marea, y, en ocasiones, intimida; lo cual lleva a caer, deliberadamente, en uno de los asertos bíblicos más gastados, no tanto por el tiempo, como por su uso: la paja, la viga, y la ubicación dada a ambas.

Las dudas, que acompañan a todas partes, se convierten muchas veces en un compañero fiel, noble, infatigable y molestamente pegajoso. Esto ocurre durante todo el día pero, sobre todo, se acentúa con la oscuridad, se corona en la noche.

Estas reflexiones en voz alta me llevan a cuestionar mi capacidad, cada vez menor, para reconocer a una taruga. Una taruga titulada, que siempre tienen un toque exótico, llamativo y resultón. Carecen de luz propia, pero refulgen como los neones fluorescentes de un lupanar. Su revestimiento, su carrocería, su percha: camelan e inducen a indagar, a investigar, a arañar un poco qué es lo que hay bajo la superficie, qué se erige entre el humo, qué se encuentra tras las cortinas, qué sorpresa nos ha podido deparar la noche y sus alocadas circunstancias. Un consejo: tiene narices, pero no hablen a una estudiante de filología de libros, se pueden llevar una sorpresa; tampoco mencionen que manejan bien la lengua, no lo pillan. Y sí, la amiga fea siempre constituye un impedimento, aunque el fin sea loable y bendito; muy bendito. Es entonces, como el niño con su paquete de patatas y la correspondiente papeleta de rasca y gana, cuando nos llevamos una desilusión: sigue buscando. Claro, qué esperábamos encontrar en el interior de un paquete de patatas.

La noche, la miopía, las mujeres y la confusión alcanzada: son una serie de ingredientes intrínsecos e indisolubles de un mismo capítulo; parte, minúscula, de un gran libro llamado La vida. Este libro tiene una peculiaridad: está en blanco, y, lo escribimos, conforme vamos viviendo. Nadie sabe el grosor del libro. Nadie sabe su contenido; éste, se va averiguando página a página, día a día, step by step.

Y yo que presumía de cierta psicología, ¡je!; viviendo y aprendiendo. Y cambiando de principios, por supuesto. Cojan hábito de lectura: es muy recomendable.