El paciente, la gracia, el sentido común, la esencia
No lo entiendo. Por un lado me felicitan y me llenan de agasajos: ¡cumplo años!; por otro, me quieren cambiar por otra, o hacerme prácticamente irreconocible. Requiere el asunto consenso, altura política: demasiado para un país de enanos maleducados. Quienes, en teoría, más me defienden, se marchan de vacaciones cuando necesito de sus mimos, caricias y atenciones. Yo fui hecha con amor, con ternura, con delicadeza. Todos me querían. Y me hicieron, además, personas de cuya experiencia y categoría intelectual nada queda en la actualidad, ni siquiera por aproximación. Si los arquitectos son infinitamente peores: ¿qué esperan de una nueva edificación, más que el pronóstico de un edificio en ruinas?
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En un momento de la noche, al socaire de muchachas cenicientas y rones pseudoañejos, se formula una pregunta en apariencia carente de trascendencia:
-¿Te sabes el del hombre entre dos vallas?
-No
-Pues vaya, hombre, vaya
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La política es mala compañera de agradables veladas. Se tiende a su mayor defensa, con desacostumbrada vehemencia y apasionamiento, cuanto más grande es el desinterés por informarnos de ella. Se cree estar del lado de un ideal, de una postura, de unos principios: no de un interés obscenamente tendencioso. No se argumenta, no se escucha: el hombre se escuda, inicia conversaciones sin el necesario ánimo de moverse de su punto de partida. El filósofo, no resuelve: pregunta, se cuestiona, porque nada está claro aunque lo parezca (Fernando Savater, paradójicamente, respondiendo). “Quien de verdad sabe de qué habla, no encuentra razones para levantar la voz”, dijo el viejo da Vinci. Pero aquí se cree, en cambio, que cuanto más alto se diga algo estará mucho mejor dicho: y así proceden. Tampoco hay orden.
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En la tarde de ayer: lluvia, frío, un mus que no pudo ser. Inevitable retiro espiritual, silencioso, aconsejable, nada comprometido. Con el ABC venía Cotton club: jazz, New York, mafia, mujeres de escaparate, claquet, disparos, promesas consagradas. Los músicos siempre han sido muy bien tratados por las mujeres en el celuloide. Nada que ver con la realidad. “Póngame otra, maestro”: dicen, escuchando copas. Sin retintín, los personajes de la vida serían certeros, prudentes, incluso sabios: demasiado pedir, sin subvenciones.
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