Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

26 noviembre 2009

Teleología

Tengo un hermano que va a cumplir 20 años. Le llega una media de dos multas al mes. Supongo que dirán que eso es normal. Y yo les diré que sí. Pero también, que a veces no lo es. Algunas de esas sanciones son justificadas y reconocidas por la criatura, con lo difícil que es hoy día que el infractor asuma su parte de culpa. Otras, en cambio, las considera una tomadura de pelo. Me dice el chaval que así que le paran ya echa mano de la cartera aunque no haya hecho nada. Y yo me quedo pensando que, antes, eso ocurría cuando quien te paraba era un delincuente, y no las personas que supuestamente están para librarnos de ellos. Mi madre opina, y creo que en parte acertadamente, que la razón estriba en que el muchacho lleva el DNI pintado en la cara: mechas, piercing, pendientes…por no hablar del vestuario, claro. Dando como resultado de persona una exactamente opuesta a cuando es a mí a quien se mira. Pero esta circunstancia me hace reflexionar en algo muy, muy humano que llamamos prejuicios. Hace unos días, en una columna, citaban a Baltasar Gracián, quien afirmaba que “las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen”. Trayéndonos la máxima al asunto que nos ocupa, cabe sospechar que ese individuo investido de autoridad al que se debiera estar agradecido, en ocasiones se sobrepasa, se extralimita, se pone chulo: como afirma el pobre e inerme ciudadano damnificado. Y es que, sin ánimo de generalizar, a mi me parece que desde el momento en que se les entrega la placa su psique sufre un cambio tremendo, asombroso, verdaderamente extraordinario. Hasta el punto de que en algunos casos el sujeto llega a hacerse prácticamente irreconocible. La experiencia me ha hecho llegar a la conclusión de que no tienen ni idea de leyes. Y no sólo ellos, sino que tampoco la tienen aquellos que les instruyen. Sin embargo, salen de las academias y de sus cuarteles convencidos absolutamente de todo lo contrario: que tienen razón, que tienen poder, y que no tienen por qué dar explicaciones a nadie. El resultado es punzante, doloroso, lacerante y abominable: a la gente le escuece un huevo que la DGT se haya convertido, tras la Agencia Tributaria, en el principal órgano recaudador del Estado.