Resulta que
Ya no hay placer en conversar, y ni siquiera en el anhelo de ser escuchado. Creemos que necesitamos de alguien que ponga a nuestra disposición sus oídos, su tiempo, incluso su paciencia; pero sólo buscamos la irrefutabilidad de nuestros argumentos, en aras de confirmar que nuestra propia inseguridad e ignorancia no mella la supuesta vehemencia de nuestro convencimiento; aunque, luego, se demuestre que nuestras nobles cogitaciones rebosen de ingenua puerilidad y destaquen por su notable inconsistencia. Pensamos que somos dueños de la razón, de la verdad, hasta de la justicia. Por eso tergiversamos los hechos hasta que se acomodan a nuestros planteamientos. No aceptamos, y a veces ni oímos, nada que evoque, aun de soslayo, el derrumbamiento de nuestras frágiles teorías sobre asuntos que apenas comprendemos: acaso porque no nos atañen directamente, pero también porque asumirlo supondría un esfuerzo ingente, un precio que desbordaría nuestro exiguo bolsillo: aireando al gran público demasiada información relativa a nuestras múltiples limitaciones. Es entonces cuando el devenir de la conversación desemboca en un incomodísimo resultado, que es aquel que pone en tela de juicio el que se presumía armazón inquebrantable, acudiendo con gran premura a nuestra persona el desasosiego, y perturbando gravemente, desde ese momento, la quietud sin par de nuestras intermitentes inferencias, producto de endebles, perspicuos y pulquérrimos procesos ilativos sin par. Tan únicos.
2 Comments:
Un poco pesimista.
Gustas del placer de conversar o compartir en la red, twittter, te lo recomiendo encarecidamente.
Por cierto te expresas de un modo verdaderamente impresionante.
Gracias por tu visita y por tu comentario. Me temo que no tengo tiempo para twittear. Pero quizá lo pruebe algún día.
Un saludo.
Buenos días.
Publicar un comentario
<< Home