Cosa de dos
Pasan los años e incluso la vida y uno no deja de sorprenderse por determinadas noticias que publican los medios de comunicación relacionadas con el ámbito de la pareja. Se podría llegar a pensar que es algo muy normal porque, al igual que las sociedades, los individuos y sus relaciones interpersonales están sometidos a un proceso de evolución constante. Un proceso, además, invisible, inaudible, prácticamente imperceptible. Aunque luego todo el mundo sepa o diga saber de su existencia, claro.
Yo supongo que en estas cosas del cortejo el hombre comenzó tomando como referente a los animalitos. Aunque desconozco si llegó a miccionar alrededor de la hembra de sus ojos, como hacen los leones, para marcar su territorio e insinuar al resto de los machos de la especie que su leona no se la toca nadie; o si algún día observó atentamente el método del perrito, y se atrevió a emularlo olisqueando con cierto descaro el culito de la perrita y metiéndole luego por salva sea la parte el pirulillo. Pues, como ustedes comprenderán, las sofisticadas penetraciones por vía vaginal, anal o bucal con la anuencia de la interesada sólo pudieron llegar con el paulatino e inmisericorde paso de los siglos. Todo un logro, no me digan.
Estas líneas vienen a cuento de una noticia que alumbraron los periódicos hace unos días. Al parecer existe una exótica especie de arácnido cuyas hembras, además de promiscuas, son ciertamente exigentes. Y si el macho ligón no está por la labor de darlas coba más de cien minutos: se lo zampan. Las tías. ¿Se imaginan algo similar en el ser humano? Ya veo yo a más de uno y de dos espabilados currándoselo con auténtico esmero, como no lo han hecho en toda su vida.
Y es que en estas cosas del amor, sobre todo en potencia, hay que hilar muy fino. Mi caso, por ejemplo, es especialmente particular. Como soy, o me considero, un hombre leído un buen día llegó a mis oídos la existencia de una disciplina llamada Etología. El objeto de la misma es, sencillamente, el lenguaje corporal y su significado. Lo que dice de nosotros involuntariamente nuestro cuerpo cuando nos relacionamos con otras personas. Es una materia sin duda muy interesante, porque todo el mundo desearía saber más de lo que le cuentan. Y es particularmente útil averiguar cuando nos están mintiendo, cuando caemos a alguien como una patada en el trasero o cuando una señorita quiere conocernos, como dicen ellas, más en profundidad.
Aunque he de decir que para ligar a mi estas cosas nunca me han funcionado. A pesar de ser un avezado observador de la naturaleza humana, y no digamos ya de sus hembras. Hay mujeres que se atusan el pelo con muchísima frecuencia, otras que al hablar le toquetean a uno más de lo cristianamente aconsejado e incluso algunas se están quitando motitas imperceptibles o inexistentes de polvo de la chaqueta continuamente, pero eso, aunque a algunos les (nos) parezca suficiente, no significa que estén en jornada de puertas abiertas. Luego, claro, uno termina convirtiéndose en un paranoico. Aunque como he leído por ahí estos días, que alguien sea un paranoico no significa que no lo persigan.
Pero sigamos con las divagaciones y otras cosas muy curiosas, por favor. Hace unos domingos, en el suplemento de ABC, venía un excelente artículo de Rosa Belmonte en el que se afirmaba que a la mujer de hoy le van los tíos que se cuidan, que son todo sensibilidad, con rostros aniñados, delicados, bien rasurados, ¡y que encima se laven con frecuencia! Eso sí: siempre y cuando la moza en cuestión no tenga el período. Porque en este último caso se olvidarán de las convenciones sociales actuales, de los consejos de su madre e incluso de lo que pone la Marieclaire de los eggs, encalabrinándose, cual verracas en celo, cuando vean a un macho de los de toda la vida: aspecto descuidado, muy piloso todo el conjunto y mucho mejor valorado cuanto más dotado esté el espécimen, como en la antigua Grecia, donde hacían concursos de falos cuyo ganador se convertía en una especie de funcionario (de aquí derivan nuestros principios constitucionales de mérito y capacidad para el ingreso en la función pública, digo yo). Claro, que si esa mujer ha tomado la famosa píldora, los machotes estarán abocados al fracaso casi con toda seguridad. Quedándose solitos en la vida. En peligro de extinción. Sin asociación que les ampare… y les pasee.
Por si todo esto fuera poco, viendo al bueno de Punset, me entero de que el estrés es la reacción de nuestro organismo, o de nuestro cerebro en particular, cuando detecta una amenaza a la que no sabe si va a poder hacer frente. Y no sólo eso, volviendo a estas cosas de la pareja, al parecer, ante una situación de estrés reaccionamos de un modo diferente los hombres y las mujeres. Un hombre estresado, por ejemplo, necesitará para hacer frente a esa situación con más garantías estar cerca de su pareja. Esto le reforzará, le dará seguridad (claro, naturalmente, tiene que demostrar a la moza que él puede porque él lo vale). Tener a un amigo cerca, según Eduard, le socavaría la moral. Las mujeres, en cambio, si están estresadas repudiarán a sus parejas. Cuanto más lejos mejor. Prefiriendo estar acompañadas en esos momentos por sus amigas. No lo dijo Punset, pero supongo que éstas sueltan más adrenalina dándole a la lengua, charlando, criticando tal vez a otras amigas…
Por último me gustaría hacer referencia a otro estudio en el que se afirma que tanto a hombres como a mujeres nos pone de buen tono ver a nuestras parejas haciendo las tareas domésticas. Yo creo que aquí la culpa la tienen las películas X que, a falta de argumento y teniendo en cuenta la poca consistencia de sus diálogos (en las que lo hay), están haciéndonos continuos guiños para que vivamos la vida simplificando un poco los trámites. Y que demos, en fin, rienda suelta a todas nuestras perversiones. Aunque nos joda bastante. O sobre todo en este caso.
Muchas gracias por leerme; y muchas gracias por aguantarme. La paciencia es una gran virtud. No la descuiden nunca.
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