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Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

27 octubre 2009

El viejo y el nuevo reformismo

Existe hoy en día en muchos ámbitos académicos la creencia de que es cosa harto inútil hacer aprender a los muchachos las lecciones de memoria. Como con gran sentido común, y no menos uso de la lógica, al parecer se ha venido haciendo a lo largo de toda la historia. Creando dicha circunstancia, a decir de muchos entendidos, una ingente cantidad de titulados de diversos niveles académicos que no son más que loritos adiestrados exclusivamente para repetir una serie de conceptos teóricos; incapaces de discernir por sí mismos la utilidad práctica de lo apr(eh)endido, la verdadera importancia que ocupa su disciplina en esta depauperada, y no sé si injustamente denostada, sociedad o de desarrollar un mínimo espíritu crítico coherente y constructivo para nuestra necesaria evolución y desarrollo.

El introito no muestra un asunto novedoso, claro. De hecho, este incesante cuestionamiento del actual sistema, ha desembocado en bodrios como el Plan Bolonia, que con tanta pompa fútil y absurda se defiende desde Europa, y que terminará desprestigiando numerosas carreras, equiparando la consecución de un título universitario a haberlo obtenido en el sorteo de una tómbola y viendo la luz una serie nada exigua de egresados con altas dosis de analfabetismo funcional. Por no mencionar la desaparición de numerosas titulaciones, sobre todo en el ámbito de las Humanidades, condenadas casi al ostracismo por los nuevos planes de estudio.

Por eso me he llevado una grata sorpresa al dar con una serie de textos en La madre naturaleza, de doña Emilia Pardo Bazán, la segunda parte de Los pazos de Ulloa, en la que se aprecian muchas de las controversias que hogaño califican de novedosas, en la España del XIX, y que ahora, como digo, nos venden como resultado de un largo y durísimo proceso de cogitación, de conspicuo cénit reflexivo. Les copio un pequeño párrafo de la novela: “ Mucho caviló sobre el caso don Gabriel, y vino a dar en que la balumba algebraica, el cálculo, las geometrías y trigonometrías se las aprendían los más de memoria y carretilla, a fuerza de machacar, para vomitarlas de corrido en los exámenes, que los alumnos salían a la pizarra como sale el prestidigitador al tablado, a hacer un juego de cubiletes en que no toma parte el entendimiento; y que esta material gimnasia de la memoria sin el desarrollo armonioso y correlativo de la razón, antes que provechosa era funesta, matando en germen las facultades naturales y apabullando la masa encefálica que venía a quedarse como un higo paso…”.

La verdad es que el párrafo ya es suficientemente significativo de la opinión de la autora, ínclitos intelectuales, y muchos otros reformadores y pedagogos de la época. Pero creo necesario transcribirles, además, la nota a pie de página, y que pueden encontrar si gustan y su curiosidad les impide conciliar un sueño inmaculado, en la edición de Cátedra, de don Ignacio Javier López: “Francisco Giner de los Ríos, amigo y mentor de la autora gallega, en su ensayo Condiciones del Espíritu Crítico, había escrito lo siguiente: “Quien está atento sólo a recibir del indagador los teoremas que sus investigaciones dan por fruto, sin curarse de pedir y discutir los fundamentos de su verdad, hasta formar de ello por sí propio y concienzudo juicio, podrá opinar, presentir, suponer; podrá a lo sumo, si sus afirmaciones descansan siquiera en pruebas generales más o menos remotas, adquirir fe racional en ellas: nunca propia y auténtica convicción. Será un órgano esencial para la comunicación de la Ciencia (…) un propagador, nunca un científico”.

Como pueden observar, ese anhelo reformador ya hacía de las suyas en aquellos tiempos de machismo, revueltas políticas y una activa y profusa vida rural. Y concebía la intelectualidad de la época, la absoluta necesidad de fomentar un modelo de discente comprometido con la sociedad, y de despertar en él ese exegeta que todo hombre y mujer lleva consigo, de un modo latente, desde que es consciente de que, a Dios gracias, no es del todo ignorante.

Napoleón Bonaparte dijo una vez que un hombre sin memoria es como una fortaleza sin guarnición. Pero a mis compañeros y a mí, las monjitas, en aquellos tiempos en que se merendaban agradecidas rebanadas de pan con Nocilla, nos repetían, con gesto adusto, circunspecto y delicadamente beato, que la memoria es la inteligencia de los tontos.

Yo no sé si es beneficioso o pernicioso un sistema en el que se prima básicamente gozar de una buena memoria. Pero si estoy seguro de que erradicarla completamente de los planes de estudio sería totalmente contraproducente. Y supondría premiar una serie de aspectos prácticos, aún en el ámbito del aprendizaje, de dudosa eficacia en el mundo real. Cuando ese chiquillo díscolo y sumamente despistado tenga que dar cuenta a la sociedad del aprovechamiento intelectual de sus más tiernos años. Y se encuentre perdido, desprotegido y con una angustiosa sensación de estar dando pasos y pasos en el enorme vacío de su existencia.