A día de hoy
Mañana se decide en Copenhague donde se juega la timba sudorípara. Y para allá que se ha marchado una expedición española que ya la hubiera querido para sí el descubridor del nuevo mundo. No se ha escatimado ni en el pelaje de los políticos ni en el de los personajillos que van a ir a acariciar el lomo a los jueces y partes. Hasta el punto de que José Luis Rodríguez Zapatero ha afirmado que más de lo que se ha hecho es imposible. Y teniendo en cuenta que este hombre nunca se ha puesto límites, no sé si es para estar contentos o, en cambio, más bien es para preocuparse.
Aquí en España el personal se encuentra dividido. Algunos ven con inquietud esos indicios de corrupción en el PP valenciano. Pues hasta el momento la ribera donde muere el Turia ha sido plaza inexpugnable para las huestes socialdemócratas, y se teme que polvos y lodos den sentido al refranero castizo. Otros, por el contrario, prefieren hablar de lo que van a suponer los chapuceros Presupuestos Generales del Estado en la maltrecha economía española. Y en concreto de lo que nos va a doler la subida de impuestos. En su día, el señor Zapatero, dijo que bajar los impuestos era de izquierdas. Pero ahora que los suben, el gobierno afirma que subirlos también es de izquierdas. Más que nada para que no haya lugar a dudas.
Ayer jugó el Real Madrid en el Santiago Bernabéu, blanco, inmaculado, como los ángeles. Los comentaristas deportivos, esos seres malvados, vuelven a llamarles los galácticos. Aunque yo no sé si es por comparación o porque no se les ocurre ninguna otra cosa. El caso es que este Madrid intimida. Le meten pocos goles, tiene unos jugadores verdaderamente extraordinarios y a ratos despliega un juego, sencillamente, abrumador: jugadas a un solo toque, cambios rápidos de banda y una efectividad arriba lo suficientemente demoledora como para que sus rivales más directos comiencen a estar preocupados.
La profesora de piano. En la ribera del Bernesga, en su margen derecha, está ubicada una pequeña y modesta escuela de música. No tiene muchos alumnos. Y por esa razón entiendo que no debe de tener muchos profesores. A decir de sus paneles informativos se dan sólo clases de piano y solfeo. Paso muy a menudo en mis paseos frente a sus instalaciones. Y no son pocas las veces que he visto a los chiquillos esperando hambrientos sus clases de música. Un día observé que se dirigía allí una criatura maravillosa a una velocidad endiablada. Aunque su aspecto se asemejaba más al de un angelito. Iba sobre una bici BH, ese democrático vehículo de nuestras infancias. Y me adelantó, como es natural, por mi izquierda. Tenía una musculatura portentosa: unos brazos muy fuertes, unos muslos muy firmes y a través de su blanca camiseta, se avizoraban sobre sus imperceptibles pechos dos grandes pezoncillos, firmes, hieráticos, reposados como sendas avellanas. Los chiquillos la recibieron alborozados, dichosos, requetecontentos. Y no es para menos. Yo también la hubiera recibido con los brazos abiertos. Y lo que no les cuento, claro.
Aquí en España el personal se encuentra dividido. Algunos ven con inquietud esos indicios de corrupción en el PP valenciano. Pues hasta el momento la ribera donde muere el Turia ha sido plaza inexpugnable para las huestes socialdemócratas, y se teme que polvos y lodos den sentido al refranero castizo. Otros, por el contrario, prefieren hablar de lo que van a suponer los chapuceros Presupuestos Generales del Estado en la maltrecha economía española. Y en concreto de lo que nos va a doler la subida de impuestos. En su día, el señor Zapatero, dijo que bajar los impuestos era de izquierdas. Pero ahora que los suben, el gobierno afirma que subirlos también es de izquierdas. Más que nada para que no haya lugar a dudas.
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Ayer jugó el Real Madrid en el Santiago Bernabéu, blanco, inmaculado, como los ángeles. Los comentaristas deportivos, esos seres malvados, vuelven a llamarles los galácticos. Aunque yo no sé si es por comparación o porque no se les ocurre ninguna otra cosa. El caso es que este Madrid intimida. Le meten pocos goles, tiene unos jugadores verdaderamente extraordinarios y a ratos despliega un juego, sencillamente, abrumador: jugadas a un solo toque, cambios rápidos de banda y una efectividad arriba lo suficientemente demoledora como para que sus rivales más directos comiencen a estar preocupados.
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La profesora de piano. En la ribera del Bernesga, en su margen derecha, está ubicada una pequeña y modesta escuela de música. No tiene muchos alumnos. Y por esa razón entiendo que no debe de tener muchos profesores. A decir de sus paneles informativos se dan sólo clases de piano y solfeo. Paso muy a menudo en mis paseos frente a sus instalaciones. Y no son pocas las veces que he visto a los chiquillos esperando hambrientos sus clases de música. Un día observé que se dirigía allí una criatura maravillosa a una velocidad endiablada. Aunque su aspecto se asemejaba más al de un angelito. Iba sobre una bici BH, ese democrático vehículo de nuestras infancias. Y me adelantó, como es natural, por mi izquierda. Tenía una musculatura portentosa: unos brazos muy fuertes, unos muslos muy firmes y a través de su blanca camiseta, se avizoraban sobre sus imperceptibles pechos dos grandes pezoncillos, firmes, hieráticos, reposados como sendas avellanas. Los chiquillos la recibieron alborozados, dichosos, requetecontentos. Y no es para menos. Yo también la hubiera recibido con los brazos abiertos. Y lo que no les cuento, claro.
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