El hombre de la pajarita, Samaniego y esa mujer
Se acabó el hombre que miraba y hablaba con los ojos y las palabras de un niño, bálsamo ante el incesante y presto consumo de nuestra vida. Claudicó la persona en cuya alma guardaba su auténtica estatura, demostrándose, una vez más, que no siempre hay que ver con los ojos. Se marchitó el buen sentido del humor televisivo, tan menospreciado por tantos colegas suyos, que veían absolutamente incompatible la hilaridad con el debido rigor en las retrasmisiones. Andrés Montes acuñó aquello del Tiki-taka, que repetían gozosos por las calles los muchachos después de los grandes partidos; apodó acertada y jocosamente a grandes futbolistas, y a muchos otros a los que, antes de su bautizo, no conocían ni en su casa. Se reía, o eso parecía, de su propia existencia. No dando nunca demasiada importancia a nada. Entiendo que sería consciente de las críticas, unas veces veladas y otras obscenamente descaradas, de su propio gremio; pero eso nunca supuso para él un motivo de cambio. En mi tierra todavía dicen de algunos aquello de muerto y figura hasta la sepultura. Aunque en los tiempos que corren parece evidente que cada vez será menos frecuente atribuirle este ditirambo, que no es otra cosa, a nadie: pues cada vez es más difícil discernir lo individual del resto del rebaño. Supongo que por fin vamos camino de una sociedad igualitaria. Ustedes me dirán si eso será bueno.
Con varios ademanes horrorosos/ Los montes de parir dieron señales;/ Consintieron los hombres temerosos/ Ver nacer los abortos más fatales./ Después que con bramidos espantosos/ Infundieron pavor a los mortales,/ Estos montes, que al mundo estremecieron, / Un ratoncillo fue lo que parieron./ Hay autores que en voces misteriosas/ Estilo fanfarrón y campanudo/ Nos anuncian ideas portentosas;/ Pero suele a menudo/ Ser el gran parto de su pensamiento,/ Después de tanto ruido sólo viento.
El parto de los montes, Félix María Samaniego
Estoy sentado, pensando, mesándome distraídamente los cabellos con cierto aire taciturno. La veo a lo lejos. Sigue igual de guapa, igual de sencilla, con esa palidez que denota una belleza marchita, como de doncella solitaria. Tiene los ojos muy grandes, muy negros y extraordinariamente expresivos. Al hablar mueve de un modo elegante y delicado su espesa cabellera de rizos negros, como sacudiéndose de inoportunas miradas. Está mucho más delgada que en mi recuerdo; quizá sea fruto de silentes angustias, o tal vez solo sea una muestra más de su frágil y deseada naturaleza. Algunos hombres conversan de un modo entusiasta con ella, mientras deja caer lentamente los párpados, como esa mujer que coquetea eternamente con su fiel enamorado. Vivir sugiriendo, ese eterno femenino.
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Con varios ademanes horrorosos/ Los montes de parir dieron señales;/ Consintieron los hombres temerosos/ Ver nacer los abortos más fatales./ Después que con bramidos espantosos/ Infundieron pavor a los mortales,/ Estos montes, que al mundo estremecieron, / Un ratoncillo fue lo que parieron./ Hay autores que en voces misteriosas/ Estilo fanfarrón y campanudo/ Nos anuncian ideas portentosas;/ Pero suele a menudo/ Ser el gran parto de su pensamiento,/ Después de tanto ruido sólo viento.
El parto de los montes, Félix María Samaniego
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Estoy sentado, pensando, mesándome distraídamente los cabellos con cierto aire taciturno. La veo a lo lejos. Sigue igual de guapa, igual de sencilla, con esa palidez que denota una belleza marchita, como de doncella solitaria. Tiene los ojos muy grandes, muy negros y extraordinariamente expresivos. Al hablar mueve de un modo elegante y delicado su espesa cabellera de rizos negros, como sacudiéndose de inoportunas miradas. Está mucho más delgada que en mi recuerdo; quizá sea fruto de silentes angustias, o tal vez solo sea una muestra más de su frágil y deseada naturaleza. Algunos hombres conversan de un modo entusiasta con ella, mientras deja caer lentamente los párpados, como esa mujer que coquetea eternamente con su fiel enamorado. Vivir sugiriendo, ese eterno femenino.
Gracias por leerme. Pasen un buen día.
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