Querido diario
Miércoles, 28 de Octubre. El F.C Barcelona está en León. La prensa local dice que la ciudad es una fiesta; y para desgracia de un madridista, aún escocido por el partido del día anterior, dice bien. En el paseo vespertino observo inquieto que una muchedumbre compuesta en su mayoría por muchachos alborotados se agolpa ilusionada en el culo de San marcos, de donde saldrá, horas más tarde, la plantilla azulgrana, rumbo, seguramente, al único estadio de fútbol cuyo nombre depende del grupo de pánfilos que gobierne el consistorio en cada momento.
A la vuelta del paseo la muchachada ya ha perdido el control sobre sí misma: salivan juveniles sus frescas bocas, y profieren cánticos absurdos animando al equipo grande y denostando al chico, siendo este último, curiosamente, al que debieran sus desvelos.
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Jueves, 29 de Octubre. El Barça ha ganado. Para ellos supuso un partido fácil, cómodo, poco inquietante. Ya en los primeros minutos del partido se veía que la Cultural no iba a ser el tenaz Alcorcón. Jito, el hombre técnico, veloz y prometedor del equipo, se fue apagando con el paso de los minutos. Y con él, lamentablemente, el resto del equipo.
Por la noche toca fiesta, mujeres, algo de despiporre. Gozar de la festividad del novato, en INEF. Ya en mi época de universitario, los discentes nos la tomábamos con bastantes ganas: ¡era la primera!
Como al día siguiente, además, era el día del maestro, y la juventud no tenía clase, daba la impresión de que no se había quedado nadie en casa. Con lo que hay que decir, sin ápice de compungimiento, que la fiesta gustar, gusta. Y bastante, vaya.
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Viernes, 30 de Octubre. Llegué de fiesta a las 7:00. Es lo normal. Como también lo es que esté en dichas circunstancias casi toda la mañana medio sopa en la cama. Pero como había quedado a las 12:30 con mi amigo y compañero de carrera Jose Vicente, tuve que despabilarme y acudir presto a la cita. El lugar de encuentro era la cafetería Pasaje, en el centro. En la misma sirven un café excelente, con rosquillas caseras, adecuadamente azucaradas; y por las mañanas atiende una preciosa camarera morena, con el pelo largo y liso y una sensual figura de bailarina, que acostumbra llevar una camisetilla ajustada con la que se le resaltan retozonas sus vivarachas tetillas, dulces caramelillos pecaminosos.
JV es doctorando en derecho procesal, una de las disciplinas más técnicas de la carrera. Además, es un gran lector. Y un acreditado melómano. Solemos quedar muchos viernes por la mañana para charlar sobre literatura, derecho, música, un poco de mujeres y lo bien o bien jodido que anda el país. Un placer, en líneas generales y particulares.
Por la noche estuve viendo la película Bailando con lobos, que venía con el ABC del domingo anterior. Una película sobrecogedora. Una visión magnífica sobre el fin de un mundo, una cultura, una etnia original que no comprendía el motivo por el que debían terminar sus días. Y una cruel y diáfana moraleja, en la que se enfatiza la poca o ninguna voluntad del ser humano, desde la noche de los tiempos, por tratar de comprender al otro. Ponerse en su lugar. Transigir.
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Sábado, 31 de Octubre. Estoy en el pueblo. A mi hermano le entró el antojo. Y yo, inmerso en un pequeño período vacacional que me he buscado, tenía capricho de paz, y de tranquilidad y de algo de silencio. Hacía unos días que había comenzado a leer Vida y destino, ese gran novelón de Vasili Grossman, y dado su volumen, quería darle un avance considerable. Estoy de acuerdo con la crítica de Alejandro Gándara; aunque, como ustedes comprenderán, esto no tiene absolutamente ningún mérito. Lo tendría, si no fuese absurdo, injustificado y gratuito, discrepar de él. Es un gran libro forjado a base de pequeñas cosas. Pero esas pequeñas cosas, como las pequeñas cosas de la vida, conforman una historia enorme, sumamente interesante; y la terminan convirtiendo en una obra verdaderamente extraordinaria.
Por la noche, mientras mi hermano se acicalaba para la preceptiva juerga, llamaron al timbre. No podía ser mi tía. Y mis padres, mi hermana, mi cuñado y su adorable crío llegarían al día siguiente. Me dirigí a la puerta, no sin cierto titubeo, y la abrí. Me encontré con dos vecinillas del pueblo, de unos diez años, vestidas de brujas. Eran muy guapas, y tenían un aspecto adorable. Después de hacerme un barrido de reconocimiento con sus ojillos de arriba abajo, y supongo que de cerciorarse de que no era alguien peligroso o de apariencia sospechosa, me pidieron amigablemente caramelos.
¿Caramelos? Dije en alto, con mi vozarrón, y flipando un poco (pues eran casi las doce de la noche)
¡Si, caramelos! me repitieron sin miedo, aunque también sin mucha esperanza de sacar nada de provecho. ¡Es que es Halloween!
Ahhhh, acabáramos, enfatice irónicamente (con sonoras carcajadas de las brujillas). Pegué otro vozarrón a mi hermano, a ver si se iba a dar la casualidad de que tuviese caramelos. Pero como no los tenía, y como ustedes comprenderán, se fueron por donde vinieron, sin detenerse a disculpar las molestias.
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Domingo, 1 de Noviembre, Día de todos los Santos. Día en que se realiza o debiera realizar un recordatorio colectivo a aquellos que ya no están con nosotros, a los que ya han llegado a puerto, en bellas y manidas palabras del poeta. Aunque para mí, sinceramente, es sólo una farsa. Hay mucha gente que sólo va a charlar y a pasar el rato. Y mucha otra, de género mayoritariamente femenino, sólo va a lucir palmito
Hace años el cura de mi pueblo iba tumba por tumba rezando lo que tenía que rezar y perdonando lo que tenía que perdonar. El cementerio es bastante grande, pero el buen hombre lo despachaba en apenas un cuarto de hora. Esta circunstancia hacía que no faltase casi nunca ningún familiar. Y que además éstos fuesen asaz puntuales. Por no hablar del buen aspecto que presentaban todos y cada uno de los túmulos, ante la mirada escrutadora, casi detectivesca, de don Faustino.
Pero bien, esto se acabó. No sé si el cura se va haciendo viejo o no le han actualizado los emolumentos, pero el hombre, indudablemente, ya no es el que era. Ahora este siervo de Dios, micrófono en mano, se pone en el centro del cementerio; y suelta aristocrática y velozmente sus oraciones y su minisermón. Resultando de tal despropósito que cuando ha terminado el curro muchos vecinos del pueblo aún no han llegado; y, al hacerlo, terminan soltando denuestos y vituperios a tutiplén contra ese ser puro, y santo, y ciertamente pío que corría atléticamente detrás de los mozos con un garrote cuando antaño rompíamos un cristal de la iglesia con la pelotita de marras. O tempora, o mores!
No sé si por castigo divino, este año el asunto terminó en diluvio. No llovía, del cielo caían calderos. Y dado el escaso espacio destinado a aparcamientos en el cementerio la gente se había trasladado a pie al mismo. Con sus ridículos, inútiles y, en ocasiones como ésta, insignificantes paraguas. Hay que decir, al fin, que terminó todo el pueblo empapado. Yo, por ejemplo, aún tengo los pantalones mojados. Y no sé si de aquí a un año esa impresionante sensación de humedad me habrá abandonado. Incluso hubo un momento en que pensé en echarme a tierra y llegar a casa a nado. Pero desistí del empeño: me rodeaban los naufragios.
Serán casualidades de la vida, seguro: pero sólo se salvó el cura.
Se entiende que estaba sobre aviso.
4 Comments:
tienes que buscarte una novia pero ya tio...
Jajajaja, ¡dichosos los ojos!, David. A ver cuando te bajas un sábado por la tarde hasta León y echamos un mus como en los viejos tiempos. Ah, y no me desees esos males: las mujeres cambian a uno mucho, y no estoy seguro de que siempre sea a mejor.
dentro de poco bajare pq yo tambien tengo ganas de ello y asi me invitas al cafe que estoy pobre jeje un beso
Ok, David
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