Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

15 noviembre 2009

Chocolate

Debe de haber pocos placeres en la vida que se puedan comparar a desayunar un Domingo de otoño, frío, lluvioso y plúmbeo, un chocolate caliente y espeso con un buen surtido de churros recién traídos de la concurrida chocolatería del barrio.

Es costumbre hebdomadaria, inveterada y ciertamente provechosa, que mi padre madrugue y, bajo su brazo, nos traiga con el periódico dominical un porrillo de churros bien churruscaítos y ligeramente edulcorados por la experta mano del churrero: un tipo algo impertinente y espabilado que, si bien considero que logra, por su tamaño y sabrosura, los mejores churros de todo León (y esto se lo discuto a cualquier autoridad en la materia), también es verdad que se aprovecha del cliente bisoño que llega a su establecimiento después de una larga noche de Sábado, y le endosa los churros refritos y el chocolate recalentado, hediendo la cosa a una clamorosa falta de frescura y consideración, al churro y al cliente, respectivamente.

En León, tierra tan gélida como la idiosincrasia de sus bellas mujeres, el personal jaranero que no se ha acordado durante toda la noche, como dice mi madre, de que tiene una casa donde dormir, suele ver los primeros rayos del sol entre los raídos cortinajes de algún bar en que, por mal acomodo que ofrezca, no faltarán unas mesas y sus correspondientes sillas donde se proclamarán confidencialmente las más excitantes fechorías sexuales, los más asombrosos ligues y los más cruentos despertares, causas todas ellas de una lábil cefalea nada idiopática que acompañará durante casi todo el día siguiente.

En mi casa ya era hábito establecido por mi abuela despertarnos a toda la familia con el suave aroma de tan agradable alimento. Pero mi abuela, en lugar de churros, nos hacía deliciosas tostadas. ¡Y qué tostadas! Cada una de ellas era una rebanada de pan con el perímetro de una enorme hogaza, y estaban fritas con manteca de cerdo. Aún tengo en mente la imagen de la bandeja puesta en la mesa, repleta cual castillo con sus almenas, y el chocolate humeante al lado. Un manjar, un placer, un verdadero privilegio para nuestros cada vez más maltratados paladares.

Y es que hay que decir al hilo de tan suculento tema que la gente de hoy desayuna como muy mal. Y algunos, ni siquiera desayunan. Aunque no es mi caso, claro. Yo comprendo que en el día diario las prisas, los niños y la eterna refriega entre la mujer y el espejo impiden, o hacen poco aconsejable, mimar como se merece a nuestras sublimes apetencias estomacales. Pero llegado el séptimo día de la semana, no hay disculpa, ni consuelo alguno, para no abandonarse a esta agradable concupiscencia.

He hablado del desayuno bien acompañado, pero no he mencionado que el chocolate también es buen y viejo compañero de estupendas meriendas y múltiples conmemoraciones. Aunque hoy las madres ya no celebren el cumpleaños a sus nenes en una chocolatería como Dios manda. Y lo hagan, en cambio, en uno de esos sitios tan chic que, por cuatro u ocho perras, cuidan a las criaturas, las alimentan y tienen una zona adyacente para señoras fumadoras y parlanchinas donde, si bien no se acuerdan del motivo por el que están ahí, hacen y arreglan a su modo esta desmadejada sociedad. Y, si sobra tiempo, a alguno de sus pobres maridos.

Como además de educado me considero un caballero, antaño, cuando mostraba más y mejor garbo con las mujeres, no eran pocas las veces que, tras dar cuenta del preceptivo paseo, terminaba con alguna señorita de habla fácil y mirar dulzón, en uno de estos establecimientos de cierta gula e ineluctable lamparón. Pues no hay mejor momento para que una dama nos abra su inmaculado corazón, que después de darse un mayestático y melifluo atracón. Aunque es una verdadera lástima que, a las mujeres que he o me han frecuentado, no les hayan ido precisamente las rimas.

Tomando como referencia la propia vida, no hay post que no albergue su conclusión, aunque a ésta no le veamos su uso resultón. Se pierden con el inmisericorde pasar de los tiempos nobles modos de conducirse a través de esta procelosa y maleducada sociedad: indigente de valores, de principios, incluso de una correcta alimentación, siempre tan necesaria para enderezar tantas y tan maltrechas conductas humanas, errantes y persistentes y, sin embargo, tan extraordinariamente atractivas.

Argumentos sin peso específico: “Antes de casarme tenía yo seis teorías de cómo educar a los hijos. Ahora tengo seis hijos y ninguna teoría” Lord Rochester.