Qué desagradable es ver y escuchar a un ...(*)
Dicen que la experiencia es un grado. Y que es la mejor garantía de desempeñar con holgura un oficio. A los años de dedicación prácticamente absoluta, que llevan aparejados una natural profundización en la pericia requerida para realizar los quehaceres habituales, se suma un conocimiento profundo de la gente con la que se comparte mesa y mantel: los colegas de gremio. Compartir profesión debería ser un punto de unión: mismas inquietudes, similar modo de ver la vida (en su sentido más filosófico), un pragmatismo común a la hora de entender, afrontar y solucionar un inoportuno problema que se presente… por no hablar de la similitud de emolumentos, con lo que eso une por estos pagos. Por esa razón, me asombra ver, en vivo y en directo, ese mal llamado envidia. Cuando se comparten ámbitos y hábitos, lo suyo es que el que menos sabe tome nota. Cuando yo empecé en la música me pateaba todos los conciertos, todas las verbenas, y asistía a todas las actuaciones que podía. ¿El objetivo? Quedarme con determinados tumbaos y otros arreglos, aprender a tocar con gusto (además de con técnica), averiguar qué conclusiones prácticas y teóricas había sacado ese músico que llevaba años subido encima de un escenario. Del mismo modo, en el mundo jurídico, me gusta escuchar y leer a todo aquel que por tiempo y por diablo viene de vuelta ya hace mucho tiempo. Me parece que no es meramente una cuestión de personalidad. Sino de sentido común. Uno no puede ser un recién llegado y dárselas de entendido. En ningún campo. Ayer noche, en el programa de debate de la uno, contemplé con perplejidad y algo parecido al asco la actitud provocativa e inmadura de un periodista de Interviú respecto a otro que escribe en el Plural.com. El joven no era exactamente un novato. Pero, por lo que demostró, poco tenía que aportar a la mesa, y absolutamente nada a quien era objeto de sus chanzas. El periodista de más edad, que en un principio mostró cierto asombro, encajó todos los golpes con auténtica elegancia, no entró al trapo en ningún momento, y se dedicó con la soltura que otorga la experiencia a ganarse a la mesa y a quienes la componían haciendo su trabajo de un modo verdaderamente impecable. ¡Cuánto tengo que aprender! En la misma tesitura yo le habría llamado bobo indocumentado. Como mínimo (y tal vez habría cambiado bobo por intonso o beocio, para que lo buscase en el diccionario).
(*) Adjetivo sustituido por puntos suspensivos para una mejora del paisaje digital y para la noble pretensión de edulcorar expresiones que, si bien obedecen a un arrebato de pasión, quedarán inexorablemente devaluadas en cuanto a su contenido lingüístico, semántico y descriptivo original.
(*) Adjetivo sustituido por puntos suspensivos para una mejora del paisaje digital y para la noble pretensión de edulcorar expresiones que, si bien obedecen a un arrebato de pasión, quedarán inexorablemente devaluadas en cuanto a su contenido lingüístico, semántico y descriptivo original.
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