Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

10 noviembre 2012

Saturno

Metáfora del Antiguo Testamento (sin demasiado rigor en cuanto al orden): Ilúvatar creo a los Ainur (Dios y sus ángeles); después, creo Eä (la tierra); a continuación, a los elfos y a los hombres (Adán y Eva); después, como Eä estaba vacía, ordenó, cual director de orquesta, interpretar bellas melodías a sus primeros vástagos; de estas composiciones primigenias surgió la madre naturaleza, encarnada en los Valar, aquellos de los Ainur que, en vez de quedarse con Ilúvatar, contemplando su creación desde la alturas, como meros espectadores, decidieron implicarse, poner orden en la creación y descender a Eä. Pero como no puede existir el día sin la noche, ni el bien sin el mal, en ese ying yang perpetuo que nos acompaña, nunca mejor dicho, desde la noche de los tiempos, uno de los Ainur tuvo que salir malo, envidioso, desobediente y extremadamente ambicioso. Su nombre fue Melkor, o Morgoth (pueden identificarlo con el demonio, el diablo, satanás, lucifer, el ángel caído), que era el más inteligente, el más bello y el más fuerte de sus hermanos. Condiciones que lo volvieron soberbio, pecado que lo apartó de la senda correcta. Fue el primer señor oscuro. Su servidor más poderoso, al que todos conocerán por la saga llevada al cine y protagonizada por el pequeño Frodo, se llamaba Sauron, o el nigromante: el del anillo único de poder, que sometía a los tres anillos de los elfos, los siete de los enanos y los nueve de los hombres...

El libro se titula el Silmarillion. Y narra la Primera Edad (El señor de los anillos narra la Tercera). Leyéndolo se comprende cómo empezó todo su universo. El señor de los anillos me atrapó hace unos diez años. El hobbit, debido a su inminente estreno, hace unas semanas. Y el libro del que les hablo lo comencé ayer. Mientras abordaba las primeras líneas no pude evitar hacer la comparación bíblica, pues era demasiado obscena. No obstante, y antes de que el lector avezado me descubra que los magos, los dragones, las aventuras en busca de recónditos tesoros y las criaturas de los bosques son cosas de muchachos barbilampiños, diré, que las dotes narradoras de Tolkien son notables, que su capacidad para captar la atención del lector a lo largo de toda la obra tiene difícil parangón, que profundiza con acierto experto en la caracterización psicológica de sus personajes, y que hay un fondo filosófico verdaderamente extraordinario que subyace entre sus líneas esperando ser rescatado por ojos que, además de mirar, tengan la capacidad de ver. Y además de con lo bíblico, juega con los mitos británicos más queridos por todos nosotros: Gandalf o Mithrandir (Merlín), Isuldur y sus descendientes (Arturo y sus caballeros), en busca de un anillo, un tesoro, los silmarils (el grial y su búsqueda, como metáfora de la vida y el camino de esfuerzo, bonhomía y perfección que debemos recorrer para llegar plenos a nuestro destino, y, como diría el doctor Samuel Johnson, no abandonar la vida tal y como llegamos a ella, empeño que consiguen no pocos, lo cual, desde el punto de vista de la condición humana, es motivo de profunda tristeza).