Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

12 diciembre 2007


Leyendo una carpeta de artículos de opinión de no sé hace cuanto tiempo, guardada para momentos de especial esparcimiento, me encuentro con Rosa Montero, columnista de el diario El País por la gracia de Dios, Javier Moreno y todos ustedes. No sé si abrir una buena botella de vino me habría producido el mismo efecto que el ocasionado por el casual encuentro. Creo recordar, por algún editorial leído de forma somera en el periódico socialdemócrata en su día, que el artículo causó revuelo, jaquecas, escozores en zonas innombrables y urticaria facial en buena parte de la redacción. Proliferaron -de forma educada, por supuesto-, los venablos viperinos hacia su osada compañera por doquier.

Por entonces todavía lo llamaban El Diario Independiente de la Mañana; muy progresista, como siempre, seguía hablando de Franco y la República Española. El rey, todavía no había tenido el placer de acallar al señor ese que come bananas en Venezuela.

Rosa, nuestra Rosa de España, la auténtica, se atrevió a tocar a uno de los niños bonitos de la izquierda. Quizá el más idealizado, seguido, añorado…el, menos comprendido. Decía Flaubert en su Bobary que “a los ídolos es mejor no tocarlos; algo de su dorada capa se queda inexorablemente entre los dedos”. La frase se podría aplicar a muchas cosas, incluso a muchas personas. De hecho, para estas últimas, el aserto adquiriría cierta profundidad. Pero hoy no me apetece bucear, lo siento de veras.

Estas son las frases que, según la escritora y periodista de El País, salieron de la boca de Ernesto:

“la dictadura del proletariado se ejerce sobre el proletariado mismo”

“tenemos que crear la pedagogía de los paredones de fusilamiento”

“no necesitamos pruebas para matar a un hombre”

“un revolucionario tiene que convertirse en una fría máquina de matar”

Como ven, son verdaderas lindezas. Propias de un joven incomprendido, como tantos otros. Este icono de ciruelos ensoñadores revolucionarios, según el mismo artículo, mandó fusilar a cerca de 200 personas, algunas de su propia mano. Menudo ejemplo a seguir. Parece ser, que el romanticismo implícito en morir por las ideas, no es tal al matar por ellas. Opinen si quieren, es gratis.