Saudade docente.
“Allá en la Edad Media —la «oscura Edad Media», que diría un analfabeto—, la enseñanza universitaria se resumía en dos ejercicios escolares fundamentales: por la mañana, cuando la mente estaba más despejada, la «lectio» o lectura de algún pasaje bíblico o patrístico; por la tarde, cuando dicho pasaje ya había sido digerido, se sucedía la «disputatio», que hoy llamaríamos debate, en la que un alumno hacía de sostenedor, proponiendo con voz resonante una «quaestio disputata» a propósito de la «lectio» matutina. Otros alumnos oponían entonces una serie de objeciones mejor o peor fundadas; y, una vez leído el resumen de tales objeciones, el sostenedor tenía que responder con la «probatio» o prueba de su tesis, en la que refutaba las objeciones previas. Así, al final de cada jornada, cuando la muchachada abandonaba las aulas universitarias, la «cuestión disputada» había sido vuelta y revuelta como un calcetín, y el entendimiento había sido probado al máximo, como la destreza de los caballeros en un torneo” Juan Manuel de Prada, en su columna de hoy. Evidentemente, no todo evoluciona con el tiempo. Y no sólo lo paga el discente, sino la sociedad beneficiaria de su formación en el futuro. Claro que para realizar estos ejercicios formativos de alta retórica, antes que al propio alumno, debería prepararse para tal menester al profesor. En teoría, cada vez más preparados. Aunque ya saben ustedes el grado de coincidencia que suele haber entre la teoría y la práctica.
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