Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

24 agosto 2008

Leo en El País de hoy, a manos de Gustavo Martín Garzo, una pequeña y legendaria reseña sobre el eterno deambular del pueblo gitano: “en ella (en la leyenda) se contaba que había sido uno de sus herreros quien, sordo al consejo de un ángel, había fabricado los clavos que crucificaron a Cristo. Pero que, al intentar enfriar el cuarto, este continuó encendido en la pila de agua. Los soldados romanos, impacientes por la espera, se llevaron los otros tres, y esa noche, al herrero, le despertó una luz que venía del patio y vio que el clavo seguía brillando al rojo vivo en el agua. Y aunque huyó al amanecer, a partir de entonces, adondequiera que iba, se encontraba con él…”. El herrero perseguido por sus propios clavos. Por su propio oficio. El hombre, sin distintivos de raza o dedicación, acosado por la consecuencia de sus propios actos. En cualquier caso, y aun en verano, no deja de llamar la atención esa tendencia de las leyendas a eximir de responsabilidad a sus protagonistas. Supongo que de ahí saco Flaubert, en su Bobary, el aserto que nos recordaba que “a los ídolos es mejor no tocarlos: algo de su dorada capa se queda inexorablemente entre los dedos”. Aserto al que, aun desconociéndolo, nos ceñimos cual liga a generoso muslamen. Vivimos tiempos de un no precisamente exacerbado espíritu crítico. Y, ¡por los clavos de cristo!, una flagrante despreocupación por las barbas del vecino.


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Las circunstancias de la vida siempre nos marcan. Cualquiera de nosotros podíamos haber sido uno de los pasajeros que fenecieron en el fatídico accidente de avión. La elevada, y simultánea, mortandad, han provocado un profundo desgarro en la sociedad sólo equiparable al producido tras un atentado terrorista (pleonasmo) en que el número de víctimas mortales haya sido igualmente elevado. Dolor, llamémosle cuantitativo. Sin embargo, he aquí una curiosa, y variopinta, sociedad en que por una parte se solidariza con el pesar de los familiares de esas víctimas, y, extraordinariamente, por otra, muestra su rechazo a que se rinda el debido tributo religioso como, con cierta sorpresa, me entero a través de la columna de Martin Ferrand. Y no sólo eso, sino también volviendo la cara (por supuesto, no por los directamente afectados) a una cuestión fundamental, que no es otra que la depuración, absolutamente necesaria, de todas las responsabilidades. Sean éstas de la índole que sean. Por esta razón, y por tratar de disipar cualquier temor futuro, es indispensable la total y exacta averiguación, sin manipulación interesada, de lo acaecido. Aunque ésta resulte aún más dolorosa.