Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

11 noviembre 2008

Dos soldados muertos. Dos familias mermadas. Una institución inexorablemente tocada por las falacias que entraña el continuo, desmedido e interesado uso de eufemismos. Las personas, quizá por defecto, tienden a escuchar las palabras de sus dirigentes. Muchas veces, sin pararse a pensar en su verdadero significado, ni en la valía personal e intelectual de quien las ha pronunciado. Como resultado de este despliegue deliberado de diversos artificios verdaderamente efectivos para desviar la atención del auténtico fondo, se crea en el inconsciente general de la población la extraordinaria idea de que España es un país pacífico. Y quizá lo sea. Pero también es un país, cuyos ciudadanos se forman la ilusión de que los soldados españoles sólo participan en misiones humanitarias: pan y tiritas, que decían. Y lo humano no es, no puede ser peligroso. Sin embargo, estos crueles espejismos, forjados en el desértico pensamiento español, terminan desapareciendo cuando la realidad, en cruenta modalidad, hace su aparición en escena. Teñida de sangre. Segando, vidas humanas. Los políticos, deberían acostumbrarse desde ya a llamar a las cosas por su nombre. Quizá, en un principio, suene brusco, porque estamos acostumbrados al melifluo canto de sirenas con el que nos asedian con castellana frecuencia: que si desaceleración económica, luego, como hemos visto, demasiado acelerada; que si negociación con los dirigentes de ETA para una finalización pacífica del terrorismo sin vencedores ni vencidos, lo cual, en opinión del gobierno, debían de tener tan merecido; que si el ejército español sólo participa en misiones pacíficas, eso sí, amparadas por la ONU, la OTAN y la madre que trajo a todas juntas. El cántaro se ha roto. No ha sido la primera vez. Y no será la última.




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Porque la vida puede ser maravillosa: encuentro en el blog del capitán Tsevanrabtan, un gran alivio para mi futuro familiar. Sin duda, una de las cuestiones que en mi fuero interno creía más embarazosa de afrontar cuando ineluctablemente llegase el momento: cómo explicar a los hijos el tema de la semillita de papa, que por las casualidades de la vida, fíjense ustedes, va a parar al semillero de mama:



Guardaré este vídeo como oro en paño. Vienen tiempos difíciles.




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Ayer, buscando imágenes, que es una de mis perversiones favoritas, me encuentro con esta maravilla:



Los Caballeros del Zodiaco, indudablemente, marcaron una época en la gazmoña adolescencia española. Es verdad que en ocasiones eran bruscos, violentos o incluso sanguinarios, pero en cualquier caso, tenían un fondo plagado de valores loables como la amistad, la solidaridad o el compañerismo; sí, virtudes hermanas: tan alejadas de las que posteriormente tratarían de transmitir los Pokemon y la dudosa posibilidad real de entrenar a una piña que habla con extraordinarias habilidades luchadoras. En nuestra espléndida sociedad, además, acostumbrada a las aventuras de Espinete, el peinado púbico de Maiquel Naig (ha habido dolo, no me señalen) o la abrumadora conducta de Chicho Terremoto y su affaire con las impolutas y blancas bragas de Rosita, la difusión de estos dibujos tuvieron como resultado la inevitable formación de jóvenes tan frescos, tan sanos y tan inverecundos como el que ahora mismo les escribe. Lo cual es ciertamente fabuloso, no me digan. Los caballeros de oro, en particular, me encantaban; sobre todo su aura filosófica, digna, sabia, tan ejemplificante. Aquí tienen una imagen de los buenos, los auténticos:


Aunque la dignidad no tiene forma, ¿o si?