La rubia más elegante de la gran pantalla dice que no se mira al espejo. No me lo creo, claro. Afirma que de pequeña era el bicho raro de su grupo. Tampoco me lo creo, por supuesto. Y que quería ser surfista. Hombre, hombre. Pero si es un encanto: esos ojos, azules, intensos; esos hoyuelos, graciosos, tentadores; y ese pelo, a lo señorita Rotenmeyer, de institutriz seria y poco permisiva: me encanta, me pone, me sofoca. Edúqueme, Nicole, por Dios se lo ruego, por sus muslos, incluso, seré un chico muy bueno. Por cierto, tiene usted una voz preciosa.
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¡Márchese!, señor…
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Y por fin, después de haberlo esperado durante toda mi vida, que no es poco esperar, me entero de qué es un pongo.
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¡Márchese!, señor…
Y érase una vez yo no tengo la culpa de nada en su salsa: “hemos estado tácticamente fenomenal”. Eso se lo dirás a todas, ¿no, rubio? Pero será gorrión... (quítenle, si les place, alguna vocal, hoy estoy derrochón).
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Y por fin, después de haberlo esperado durante toda mi vida, que no es poco esperar, me entero de qué es un pongo.
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