Bien está, que diría el eximio Arcadi Espada. A partir de ahora ya no podremos, o allá nos las tengamos con nuestra conciencia, echarle la culpa de todo al reflejo que nos devuelve el espejo cada mañana. O a ese manido y filosófico axioma, tan socorrido, en el que aseguramos que todas, sin excepción alguna, son un poco casquivanas. O todos, sin eximentes, albergan en su interior un macho de la cabra. Si no he entendido mal, y seguramente lo habré entendido rematadamente mal, el feo es un ser genética y evolutivamente experimentado. Un superviviente con un incremento impresionante de fluctuaciones asimétricas en su rostro (y luego se quejan del lenguaje poético). Un bicho. Un bicho afortunado, claro.
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Ignacio Camacho. En su final de columna del primero de Mayo: “Si gobernase la derecha, hoy habría barricadas en las calles”. Cómo lo sabe. Pero también que gobierna, en cambio, la izquierda. Y que la izquierda no habla: vende; y que no hacen: publican; y que dicen digo: y hacen diego. Y a la gente convencen, vaya. Y engañan. Aunque a mí no. Entiéndanme.
Al respecto, en el programa La brujula, de Onda Cero, recordaban esa misma tarde unas palabras pronunciadas por el señor Corbacho: “no llegaremos a los cuatro millones de parados”, aseguraba en un pasado no muy remoto. Sin embargo, ustedes ya saben. Al igual que los periodistas. Y por esa razón, preguntaron al caballero a qué fue debido su fallido pronóstico. Aún no he dicho que es un hombre de izquierdas, ¿verdad? Pues lo digo, entonces. Y procedió. Procedió como debía. Siguiendo el manido libro de estilo. Exonerándose de toda culpa. Pues los hay malandrines, que decía Alexandre Dumas. Y dijo algo así como: “nuestro equipo económico, con los datos macroeconómicos que manejaba, estimó un resultado que posteriormente no se produjo”. Hay que fuck yourself (copyright, mi doña y admiradísima Rosa Belmonte). Nos encontramos ante un visionario del pasado: esa rara y particular especie. Lástima que no sea el único.
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Cuartango, la vida y su literatura. Pequeñas cosas que ayudan a vivir, a soñar, a disfrutar. A entender lo simple, obviando lo abstruso. A complacernos con nuestras pertenencias, nuestros logros. Aquel que dijo que no es más feliz quien más tiene sino quien menos desea fue un hombre sin duda afortunado. Vivir sin deseos, o sea, sin la esperanza de conseguirlos sería vaciar de contenido la vida de miles, millones de seres pendientes de la incertidumbre que provoca la espera, el modo más común de vivir. De vivir desesperado.
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Se ha dicho siempre que detrás de un gran hombre, hay una gran mujer. Pero hasta ahora nadie nos había dicho, o señalado, lo que había detrás de éstas.
Aquí tienen dos buenos ejemplos.
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Don Juan Manuel de Prada, la semana pasada, nos dejó una acertada definición de lo que viene siendo (loqueismos a mí) un niño, o al menos la esencia que el egregio escritor recuerda de dicho concepto: “hacerse como niños significa no conformarse con nada y quererlo todo; pero significa también –y al mismo tiempo– conformarse con cualquier cosa y no querer nada”. Algunas personas adultas todavía arrastran esta enfermedad, desde sus años tiernos como bizcochos. Si las ven, no duden en ponerse en contacto con ellas. Hay muchas posibilidades de que contemplen la auténtica cara de la felicidad. Ese rostro que un día olvidamos. Abandonado.
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Eduardo San Martín, ese seductor: “cuando un seductor/seductora nos abruma a piropos y halaga nuestra vanidad hasta el empalago, una de dos: o está locamente enamorado de nosotros o aprovecha esa sesión de hipnosis amorosa para sacarnos algo a cambio de tanta lisonja y de predicar nuestras virtudes por el mundo”. Aunque pienso que es un seductor como un servidor. De los primeros. Detesto el halago fácil: darlo y recibirlo. Y si lo doy, profiriendo un ditirambo de índole intelectual, relacionado con la belleza de un ser femenino o con la extraordinaria habilidad de una persona en un determinado oficio, será, exclusivamente, porque tengo la firme convicción de que por la otra parte hay un total merecimiento. De pocas cosas más, en esta vida, puedo estar seguro.
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Y casi se me olvida: feliz día de la madre a todas las madres. Las más guapas. Las más bellas. Las más inteligentes. Las más empáticas. Las más psicólogas. Las mejores profesoras. Las mejores economistas. Las mejores médicos…
Pasen un buen día. Y gracias por leerme.
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