A punto de comenzar el tradicional mus hebdomadario. Mus, juego de baladrones; juego de españoles, por tanto. Las anécdotas del día anterior pesan tanto como una buena mano; pero no más. La partida tiende a hacerse pesada, lenta, trabada: una brisca de paisanas. Pero recordar es necesario, y en misa dirían que además justo y en verdad. La noche tiende a olvidar lo que el día aclara. Pero son ojos distintos: no pueden haber visto lo mismo. Llevamos un año de luz y taquígrafos, nos cuentan políticos nuestros: jamás he visto tiempo más oscuro. Y la partida sigue, y la vida continúa. En ocasiones las carcajadas, dejan disfrutar de un modo poco académico haber ligado castellanos. Y a veces la vida, se disfruta no esperando mejor jugada. Lo decía Machado, el hermano de Manuel: “y no es feliz con lo que tiene/ por ansia de lo que espera”. En la vida tampoco elegimos las cartas. La elección tampoco es jugar: aquí no hay opción, nunca. Jugar al mus, vivir: se necesitan fanfarrones. Virtud grande demostrar chulería sólo frente al tapete: mejor piropo por escrito de Forges a don Antonio Mingote, en su pasado cumpleaños. Pero hay quien pese a haber terminado, aún piensa que sigue jugando. Vivir engañado siendo uno mismo el mentiroso. Una partida de mus es un mano a mano con una mujer guapa, reservada y educada. Acariciamos las cartas, las olemos, jugamos con nuestros dedos caprichosos casi saboreando su textura, no sólo conformándonos con su superficie. Las miramos, y sonreímos: son duples gallegos, mejor pasar el envite. Los hombres somos colegas, compinches y a veces incluso camaradas. Nuestros lazos de sangre se representan con pintas de cerveza, rubias como nuestras conquistas. Salud y alegría, entrechocar de vasos, bebida recíproca de espíritus. Nuestro tema, nuestro lema, nuestra vida, lo que conforma la cadencia de nuestros pensamientos: son sólo mujeres bellas. Esquizofrenia sensitiva, patología digna de hombres: tan machos, y tan cazadores. Vicente Verdú afirma que una de las razones por las que el hombre pierde la cabeza es la aparente fragilidad femenina. La mujer nunca ha sido el sexo débil, sino el sexo aparentemente vulnerable. Su teoría inconcusa, apodíctica, irrefutable se sustenta en que esta presunta vulnerabilidad subyuga el espíritu del hombre, inoculándole ese conocido veneno en la sangre. El hombre protege, apadrina, adopta un ser muy distinto del que conoce. En su jactancia propia y viril también está su peligro. ¿Y quién, por ende, ha de proteger al ser presumiblemente invulnerable? Presumir y pecar es al hombre lo que a la mujer su feria de las vanidades: provocaciones crueles de sus pobres naturalezas.
Jam Session
Política, literatura, sociedad, música
Datos personales
- Nombre: Javi
- Lugar: León, Spain
En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...
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