Tres mujeres
Ineptitud diplomática española, versus ingratitud marroquí. Aminatu Haidar no quiere estatuto de refugiado, ni pasaporte español, ni el otorgamiento de una vivienda: ¿inconformista radical?: no, "la nueva Gandhi", dice Raúl del Pozo. España equivoca permisos administrativos y políticos interpretándolos a conveniencia de una causa que no es la suya; Marruecos ha confundido el pasivo con un potencial beneficio. A los españoles nos aprietan por y en todas partes: somos un chollo, una ganga, una muñeca chochona en una tómbola sin rifas. Y Moratinos se encoge: nunca ha sabido muy bien qué es lo que trae entre manos. Outro: España no mata, pero le van a cargar el muerto.
"El descoloque de la vicepresidenta refleja el descoloque general del Gobierno. Hay una vicepresidenta quemada, un vicepresidente silente que bosteza en las sesiones y ha mentido a la Cámara con el asunto de su hija, y una ministra de Economía de las peores valoradas de la UE” Soraya Sáenz de Santamaría (¿Sorayita?: je).
Impertérrita a la oscuridad de una tarde de otoño, levanta majestuosa la mirada y la posa a su antojo con el aire grave, insolente y afectado de las sílfides de asfalto. E importunada por el encontronazo con otros ojos, taciturnos, asustadizos y algo sobrecogedores, opta por ceder al chantaje de su inconmensurable ego, fuente inagotable de iniquidades absurdas, y aparta momentáneamente la vista de lo que cree su destino improbable. La virginidad de Venus es el caer de sus párpados. Cuando despierta vuelve la cabeza, se despereza, y escudriña lo imposible: se ha alejado demasiado de donde nunca querría haberse separado.
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"El descoloque de la vicepresidenta refleja el descoloque general del Gobierno. Hay una vicepresidenta quemada, un vicepresidente silente que bosteza en las sesiones y ha mentido a la Cámara con el asunto de su hija, y una ministra de Economía de las peores valoradas de la UE” Soraya Sáenz de Santamaría (¿Sorayita?: je).
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Impertérrita a la oscuridad de una tarde de otoño, levanta majestuosa la mirada y la posa a su antojo con el aire grave, insolente y afectado de las sílfides de asfalto. E importunada por el encontronazo con otros ojos, taciturnos, asustadizos y algo sobrecogedores, opta por ceder al chantaje de su inconmensurable ego, fuente inagotable de iniquidades absurdas, y aparta momentáneamente la vista de lo que cree su destino improbable. La virginidad de Venus es el caer de sus párpados. Cuando despierta vuelve la cabeza, se despereza, y escudriña lo imposible: se ha alejado demasiado de donde nunca querría haberse separado.
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