El futuro de la judicatura.

El Gobierno actual –si gana las próximas elecciones, que esa es otra- se plantea reformar el acceso a la carrera judicial. Las razones que esgrimen en defensa de tal medida son: Una bajada alarmante en el número de opositores a la carrera judicial; se están llevando el gato al agua –esto es, los alumnos con expediente más brillante- los mejores bufetes de abogados; la salud mental del opositor, ya que con el actual sistema “se alejan del mundo y sólo están en contacto con su preparador, lo que no es bueno” –Bermejo dixit, en un ataque de inspiración divina; quieren que nuestros jueces tengan sabiduría de la vida –para estar en consonancia con los tiempos que corren- y eso no se consigue encerrados en sus habitaciones teniendo como único haz de claridad en su vida la refulgente luz del flexo.

Tengo amigos/as preparando judicatura, no me cabe la menor duda de que conseguirán su objetivo. Sin ayudas de arriba, y no me refiero a Dios ni su equivalente genérico. Los países de nuestro entorno están endureciendo –sí, todavía más- el acceso a la carrera judicial. ¿Es necesario? ¿Tener la capacidad para superar las durísimas oposiciones, les hará mejores jueces?

Pues mi opinión, sea dicha de forma muy escueta, es que no les hará mejores personas, ni hará de ellos un ente capaz de solucionar con máxima exactitud, fiabilidad y certeza todo litigio que tengan que resolver –a pesar del resultado probatorio-. Pero el actual sistema, si garantiza que todo aquel que es capaz de superar dichas pruebas tiene un amplísimo conocimiento del ordenamiento jurídico aplicable. Y, es lo suyo. Papa Estado debería hacer buenas leyes de enseñanza, facilitar el acceso a la vivienda, incrementar la oferta de empleo público e incentivar la contratación en el privado por medio de acuerdos beneficiosos con el empresario que terminen repercutiendo favorablemente en el trabajador y, puestos a pedir, aumentar los salarios en vez de facilitar el acceso a un puesto de máxima responsabilidad.