
Con estas lisonjas de fondo no puedo más que ruborizarme. Como explicación, puedo decir y digo que si hablo en ocasiones de bragas, pitos, tetas, culos, piernas…no es tanto por carencia como por ánimo de provocar; hago lo mismo en conversaciones orales con amigos o antiguos compañeros de facultad cuando nos reunimos tomando un café; a algunos les parece pesado, cargante, monótono –cosa que como habrán adivinado, me la trae al pairo-. Pero yo no pienso así, en mi opinión siempre se arranca una sonrisa e incluso una pequeña disputa hombres-mujeres (dialéctica, por supuesto) deliciosa; además, salen pequeños detalles de las personas al emitir sus juicios sobre estos temas mundanos verdaderamente esclarecedores. En cuanto a lo de chulo, bueno…un poco la verdad es que sí. Pero un chulo de los buenos, oigan. Jamás en mi vida he mirado, ni miraré en un futuro, a nadie por encima del hombro. Hay mucha gente que sí lo hace, y además sin motivo alguno –gratuitamente, que diría un catalán-. Aún así, uno no se libra de que lo tilden de chulo. Lo que no hago es callarme, eso lo tengo claro ya desde pequeñito. La razón la doy cuando se tiene; digo el halago si se merece; reprocho y repruebo, cuando es necesario. Cuando me enfadan sí, sale el diablillo jurídico -del que cariñosamente nos hablaba el profesor de Filosofía del Derecho en la carrera, Juan Antonio García Amado, que tiene este blog fabuloso que leo diariamente y del que aprendo muchísimo- o sale el diablillo culto y no me entienden…en fin; pero la chulería es otra cosa: un modo de vida y de vivir, una manera de menospreciar, una clase de narcisismo. El chulo no escucha, no pide consejos, no es solidario con problemas de su entorno, cree que no tiene nada que aprender ni nadie de quien hacerlo…diferencien amigos, no vaya a ser que cuelguen el epíteto sobre la persona equivocada y el que en realidad lo merece se quede sin galardón.
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