Ya hace años que Dionisio García, gran amigo y colega músico, aunque él es un verdadero maestro, me adentró en el mundo de la buena música. En la que, al igual que en los libros, hay tendencias elitistas que, en su mayor parte, congenian con la música clásica. Como si el Jazz, símbolo de libertad, lucha contra la esclavitud y expresión mayúscula del espíritu, estuviese al alcance de cualquier instrumentista. Trompetista de profesión y de vocación, Dioni, un día de tantos, me llevó a su casa y me puso un vinilo de Paquito de Rivera, continuó con otro de Dizzy Gillespie y para terminar de meterme en vereda, si acaso hiciera falta, me puso un compacto del que para mí es, con permiso de Jesús Chucho Valdés, el mejor pianista del mundo: Michel Camilo. A partir de ese momento, como músico y como aficinado, no he hecho otra cosa que escuchar Jazz, Blues y sus derivados, por desgracia, cada vez más comerciales.
La crítica, y los que en general vienen a entender de esto, se empeñan en encasillar a estos músicos de un modo erróneo sólo en el mundo del Jazz, exclusivamente, y, si me apuran, con cierta infravaloración. Cómo es posible limitar los mejores instrumentistas del mundo a un género, y, además, menospreciarlos porque ese género no sea el clásico, es algo que se escapa a mi comprensión, a mi conocimiento; supongo que por aquello que decía Camilo José Cela: "cultura, es todo aquello que desconocemos". Profundizar en la cuestión quizá me llevaría a la envidia y otras impurezas humanas, con lo que prefiero no hacerlo y tildar de ignorantes, aun a riesgo de mancharme, a todos aquellos que denuestan aquello que tanto anhelan.
En aquellos tiempos, no tan lejanos como para no recordarlos, Dioni y yo manteníamos una disputa amistosa sobre quién era para nosotros el primer trompeta del mundo. Él se decantaba por don Winton Marsalis, hijo de Elis Marsalis, uno de los grandes pianistas de jazz norteamericanos. Para muchos, el carácter adusto y perfeccionista de su padre, influyó decisivamente en la creación del genio, Winton. Pinchando aquí, pueden escuchar My funny Valentine, un precioso tema de jazz; pero aquí abajo, les cuelgo una de las interpretaciones más impresionantes de El carnaval de Venecia que he escuchado en toda mi vida. Madre, madre:
Yo en cambio prefería, y prefiero, una línea más latina. Su nombre es, Arturo Sandoval. Para mí el mejor. Aunque quienes le han escuchado interpretar clásico aseguran que es más pulido el de Marsalis, disculpen mi osadía, e incluso mi ignorancia, pero dudo que haya alguien sobre la faz de la tierra que sea capaz de dar ese sonido a la trompeta; y además con esa limpieza y ese fondo que achica las almas más gallardas, musicalmente hablando. Aquí les dejo una pequeña muestra, en la que Arturo compartía mesa con Dizzy. Ya saben lo que dicen de las fragancias y su tamaño, no se me quejen:
Les he puesto sólo estos dos ejemplos; perdonen si no me he acordado de Maurice André: ya dejan hablar a cualquiera de cualquier cosa.
La crítica, y los que en general vienen a entender de esto, se empeñan en encasillar a estos músicos de un modo erróneo sólo en el mundo del Jazz, exclusivamente, y, si me apuran, con cierta infravaloración. Cómo es posible limitar los mejores instrumentistas del mundo a un género, y, además, menospreciarlos porque ese género no sea el clásico, es algo que se escapa a mi comprensión, a mi conocimiento; supongo que por aquello que decía Camilo José Cela: "cultura, es todo aquello que desconocemos". Profundizar en la cuestión quizá me llevaría a la envidia y otras impurezas humanas, con lo que prefiero no hacerlo y tildar de ignorantes, aun a riesgo de mancharme, a todos aquellos que denuestan aquello que tanto anhelan.
En aquellos tiempos, no tan lejanos como para no recordarlos, Dioni y yo manteníamos una disputa amistosa sobre quién era para nosotros el primer trompeta del mundo. Él se decantaba por don Winton Marsalis, hijo de Elis Marsalis, uno de los grandes pianistas de jazz norteamericanos. Para muchos, el carácter adusto y perfeccionista de su padre, influyó decisivamente en la creación del genio, Winton. Pinchando aquí, pueden escuchar My funny Valentine, un precioso tema de jazz; pero aquí abajo, les cuelgo una de las interpretaciones más impresionantes de El carnaval de Venecia que he escuchado en toda mi vida. Madre, madre:
Yo en cambio prefería, y prefiero, una línea más latina. Su nombre es, Arturo Sandoval. Para mí el mejor. Aunque quienes le han escuchado interpretar clásico aseguran que es más pulido el de Marsalis, disculpen mi osadía, e incluso mi ignorancia, pero dudo que haya alguien sobre la faz de la tierra que sea capaz de dar ese sonido a la trompeta; y además con esa limpieza y ese fondo que achica las almas más gallardas, musicalmente hablando. Aquí les dejo una pequeña muestra, en la que Arturo compartía mesa con Dizzy. Ya saben lo que dicen de las fragancias y su tamaño, no se me quejen:
Les he puesto sólo estos dos ejemplos; perdonen si no me he acordado de Maurice André: ya dejan hablar a cualquiera de cualquier cosa.
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