La relatividad humana. Por algún tipo de razón misteriosa hay determinadas imágenes que en alguno de nosotros provocan sensación de miedo, pavor y auténtico terror, mientras en otras personas, no necesariamente de distinta cultura, lo que causan es admiración. Esto es, precisamente, lo que me ocurre con las serpientes. Me encantan. Y devoro cuantos documentales y revistas del ramo, bien ilustradas al respecto, se me presentan. Aunque he de decir que jamás metería una de ellas en casa. Y que si alguna vez la vida me llevara a algún paraje en que coincidiese con alguna de ellas, en su hábitat natural, con verdadero entusiasmo, pondría mis pies en polvorosa. Porque creo no descubrir nada si afirmo que una cosa es verlas a través de la tele, las revistas o las vitrinas de una tienda de animales y, otra, muy distinta, es verlas al natural. Algo muy parecido me ocurre con otra de las muchas especies exóticas que habitan el planeta, las mujeres. Al natural, también son otra cosa. Pero en fin, continúo, que me pierdo y sé lo que les aburren mis manidas cuitas al respecto. El pasado Domingo en el programa de Iker Jiménez, que desde que lo promociona el diario El País lo nombro con absoluta tranquilidad, hicieron un interesante experimento, no sé si llamarlo extrasensorial, en que los voluntarios se introducían en un habitáculo de cristal, aislado, y, dentro del mismo, además, se les aislaba auditivamente, por medio de cascos, y visualmente, a través de una cinta de tela que cubría sus ojos. El experimento medía el pulso de los voluntarios. Y trataba de averiguar si éste sufría alguna alteración cuando la persona se veía sometida a algún peligro, a pesar de ignorarlo. Es decir, a pesar de no sentir, si eran capaces de captar ese peligro a través del presentimiento. Pues bien. Aunque no vi el experimento completamente, si tuve la oportunidad de observar que cuando se introdujo en el habitáculo un hombre con una serpiente, y éste se puso con la misma frente a la voluntaria, ésta, a pesar de no ver nada, sufrió un incremento considerable de pulsaciones. Sencillamente, fascinante. El experimento partía de la idea, o superstición, que siempre ha existido sobre la supuesta capacidad del ser humano para averiguar que estamos siendo observados, o amenazados. Algo parecido a esa atribución arbitraria que realizamos, sobre el tipo de comentarios que vierten sobre nosotros, cuando nos zumba uno u otro oído. El caso es que en la noche de ayer me puse a buscar imágenes ordinarias de serpiente, primero, y, posteriormente, alguna un tanto chocante:




Una mujer que no sabe elegir a sus amantes. Envidia me da el culebrín, por cierto.



2 Comments:
la de mas de siete metros es una anaconda
Pues muchas gracias, amigo. Sean objetos, animales, plantas o personas, sin nombre, nada existe. Y, de dárselo, que sea el correcto. Por rigor, y por respeto a lo invocado.
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