Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

19 septiembre 2008

Los hombres de Paco

Dicen que no hay mejor receta contra el tedio prolongado que una buena dosis de risa. Relaja los músculos, la mente y predispone a afrontar cualquier actividad de un modo sosegado, tranquilo, sereno. Y, desde luego, ¿qué mejor modo de darse un atracón de la misma, que ver un capítulo de estos entrañables y peculiares policías? Han vuelto. Y lo han hecho con su mejor receta: el humor. Bien es verdad que no se trata de un humor inteligente, irónico, ni, mucho menos, elegante; pero, en cambio, es más prolongado, no termina haciéndose pesado y, sobre todo, llega a todos los públicos. Porque, ¿de qué sirve una serie hilarante, que no todo el mundo pueda comprender? Con Los hombres de Paco ocurre lo contrario, bien sea por la naturalidad de sus personajes y la sencillez de sus diálogos, o bien sea por la puesta en escena, descargada de inútiles artificios, es capaz de hacer reír desde una ingenua criaturilla, sin suficientes datos para el entendimiento lógico, hasta una persona intelectualmente desarrollada que sea capaz de ver, ¡integramente!, el programa de Eduard Punset sin realizar un solo bostezo. Pues ya saben ustedes que hay determinadas dicciones capaces de aletargar las temáticas, por otra parte, más interesantes.

A pesar de que en las series, al contrario que en la vida, lo mejor son los comienzos, reconozco que la primera temporada casi, casi, no la vi. Sin embargo, cuando se viene de estudiar férreamente los entresijos de las disciplinas jurídicas, y el zapping, uno de esos motores que mueven o detienen el mundo, ha querido pararse en una parodia de reconocimiento policial de sospechosos, observando, ya no recuerdo si con sorpresa, que éste lo realizaban invidentes, qué menos que exclamar: ¡la madre que me parió!

En cualquier caso, no todo son flores, claro. La serie tiene un particular ingrediente que hace a unas personas seguirla, si es que cabe, con mayor fe y a otras, ciertamente insensibles, les resulte empalagosa. Me estoy refiriendo, cómo no, a la relación sentimental, por llamarla de alguna manera, entre Lucas y Sarita. Lucas, es el típico guapetón que encontramos a diario dirigiendo el tráfico. Quizá un poco, pero muy poco, más guapo de lo habitual. Aunque siempre causa un gran placer, bastante corriente, ver a un policía con los huevos de un torero. Y perdonen, mi educación me impide escribir el sustitutivo natural, y castizo, de huevos. Sarita, tan mona, es una niña repipi, repija y malcriada. Una petarda, vamos. Una petarda amiga del perro del hortelano. Las continuas dificultades de esta relación, que recuerdan leve y casi inapreciablemente la estructura novelesca de un best seller, siempre tan originales, han conseguido enganchar a un selecto público, de bastante mal conforme, y aún no ahíto de culebrones, deseoso, e incluso esperanzado, de que dicha relación llegue a buen puerto. ¡Como si todo barco tuviese un rumbo fijo!

Pero en fin, ya les digo que quitando lo ñoño, que no es poco, es una serie buena y recomendable. Salvo para algún estirado que se vea en la imperiosa necesidad de hablar mal de todo aquello que gusta a la gente. Que haberlos haylos, claro.

El último capítulo de la temporada pasada dio un “tuto”, como dice el chiste, de muerte, a unos cuantos seguidores. Todo parecía indicar que Lucas, el macizo, moría tras la explosión de una bomba; por tanto, saldría de la serie uno de sus protagonistas; y, por tanto, se finiquitaría su relación con Sarita, la maciza, por otra parte. Entonces, e inevitablemente, se piensa: hummm, una apuesta arriesgada. Y de hecho era tan extraordinariamente arriesgada, que, al final, no se produjo.

Por supuesto un servidor, que además de leer Los ensayos de Michel de Montaigne en sus ratos libres, ve a estos artistas, y no me vengan con el “dime de que presumes…”, el día siguiente se puso a buscar, como hombre a hembra, foros y páginas que pudiesen imprimir, aun tenuemente, una luz en el lóbrego pozo en que tan desdichado final había metido a tantos y tantos de sus seguidores. Nada. Si acaso, lo encontrado imprimía mayor misterio al asunto.

Como resultado de estos pensamientos, profundos y claramente trascendentales para el devenir de la sociedad, pase un verano absolutamente inquieto. Pero el verano pasó, y Lucas volvió. Se habrían creído ustedes que, incluso en las series, la policía es tonta. Se zafó, cual como soñaría Julio Salinas ante un defensa, de la bomba. Y, además, todo parece indicar que se casará con Sarita, la pija maciza. Sin embargo, y ya para acabar, me van a permitir una pega. Una parte fundamental de este primer capítulo, ¡ya lo había leído!. El señor Lucas tiene que estar supuestamente muerto, pero, necesariamente, tiene que acudir a su propio entierro; entonces lo ve, o lo intuye, la mala malota, en el interior de un coche en que, por supuesto, están las lunas tintadas. Pues bien, en Te daré la tierra, de Chufo Llorens, tiene lugar una escena cuando menos aproximada. Una joven judía es repudiada por su propia gente por no cumplir las rigurosas normas por que se rigen. Pero, desdichas del destino, muere su padre. La joven, por supuesto, acude a darle el último adiós bajo riesgo de ser prendida. Para evitar tal desgracia, acude camuflada en el interior de una gran vasija. Y, otra vez, el malo malote, la ve.

¿Plagio? ¿Casualidad? Ya ven que no se puede leer. Está todo escrito.