Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

17 septiembre 2008

Uno de los grandes placeres dados cada mañana a través de la prensa radica en las noticias de índole científico que aderezan sus páginas con asiduidad rigurosa y que, últimamente, tanto vinculan a la sociedad y sus comportamientos ordinarios. La ciencia. Materia de la que me declaro un completo ignorante. Lo cual no quita para que muestre creciente interés por todo lo concerniente a ella, claro. Dónde si no, uno va a averiguar de dónde sale la infidelidad masculina. Que no es de la entrepierna, como yo pensaba. Ni de esa tendencia generalmente extendida al hombre de medir a la mujer por sus ínclitas cualidades morales, intelectuales y empáticas: el, icto oculi, tamaño del busto; la redondez y firmeza de sus glúteos; la longitud y rectitud de sus piernas; la suavidad de sus cabellos; o el contoneo cual minino de sus caderas. Todas estas circunstancias, pensaba este ingenuo, conforman el interior que tanto adora y busca el hombre en la mujer desde que carne y pecado son, prácticamente, sinónimos. Pero esta sociedad, ciertamente inquieta, ha trastocado este pensamiento de carca machista: la culpa de la infidelidad la tiene la vasopresina. Ahí es nada. Un componente de nuestro DNA que, aun tan chiquitito, tutea la influencia que las interacciones sociales provocan en nuestra persona. ¡Con la ciencia hemos topado! Aunque díganme, si no es molestia, ¿quién puede ser el alma chula que, además de echarle la culpa a esta variante genética, la utilice como justificante de su casquivana conducta?. Si saben de algún caso, por favor, no duden en ponerme al corriente.