Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

06 septiembre 2008

La parroquia

Sergio Ramírez, el monaguillo.

Ayer a las dos de la madrugada, una hora menos en Canarias, tras el preceptivo ensayo previo a un día de verbena, que es lo que hoy toca, me metí en la cama con el delicado aroma de la radio de fondo. La emisora elegida para transportarme al mundo de los sueños fue Onda Cero, que, casualmente, es la misma con la que me despierto. Sobre todo este verano, en que ha tenido como tertulianos a Arcadi Espada, Javier Caraballo y otras ínclitas piezas maestras del redil periodístico actual. La experiencia ha sido tan maravillosa como despertar con el melifluo canto de los pajarillos en los amaneceres rurales; es una verdadera lástima que ya haya acabado. El verano, digo. Y, también un poco, las deliciosas provocaciones mañaneras del catalán.

Como íbamos diciendo, pues sí, uno pone la radio, también, para huir de la mediocridad televisiva un viernes de madrugada, aderezado normalmente de films con abundantes y extraordinarias escenas de alcoba, formalmente inalcanzables para el español de a pie, cuyo imaginario erótico se reduce a un metesaquing en un momentiquing, y ¿qué es lo que se encuentra?, pues, como se habrán imaginado, el típico programa de llamadas de gente ávida de tener sus minutos de gloria: La parroquia.

Cuando escuché el nombre del programa, pues era mi primera vez, ejem, pensé que RadioMaría había ocupado la frecuencia de Onda Cero, cosas más raras se han visto en los tiempos que corren. Temor, por llamarlo de alguna manera, que pronto se vio disipado al escuchar la voz de sus presentadores. Los locutores de radio suelen tener una voz encantadora, persuasiva, atrayente. No es poca la gente que enciende el aparato de radio sólo por escuchar un timbre de voz determinado. No es mi caso, claro. La experiencia, que es lo que hace a uno, me ha llevado a conocer mujeres, no muchas, ni muy buenas, con una voz preciosa y dulce y sugerente, y, en cambio, con una presencia física totalmente contradictoria con lo que mis oídos presentían. Por el contrario, he conocido mujeres bellas, con b, cuya presencia era cautivadora, y al acercarme a las mismas a preguntarles qué hace una chica como ellas en un lugar como ese hablando con un tipo como yo, me he dado cuenta de que su timbre sería la envidia del camionero más fornido y viril de la famosa M-30.

Así pues, aun desencantado con las voces de mi entorno, me encontré con un peculiar programa de radio. La presentadora, pongámonos en la hipótesis, era una adorable criaturilla, alegre, risueña, feliz incluso. Disculpen que omita el nombre, pero no lo recuerdo, ni me ha perecido verlo en la web, y no estoy, ni por tiempo ni por ganas, para excursiones en Google. El presentador, Sergio Ramírez, el monaguillo, y su semblante de colibrí, bien podía haberse dedicado a la retransmisión de partidos de fútbol en directo. Acostarse cansado buscando una voz profunda y sosegada que lo relaje a uno, y encontrarse con una voz de pito inquieta que parecía estar narrando un gol en directo en cada frase pronunciada, bien es para levantarse y salir a dar un paseo a la luz de la noche. Pero en fin. Me quedé donde estaba.

Los temas a tratar, eran ciertamente interesantes: juguetes de nuestra infancia y el primer beso. Lo de los juguetes puede pasar. Es más, pienso que de alguna manera, aunque varía la forma del juguete, seguimos jugando toda nuestra vida. Claro que no deja de sorprender escuchar a un hombre de más de medio siglo reconocer, con cierto orgullo, que todavía le da al Mecano; creo que es algo extraordinariamente ejemplificador de lo compleja que puede llegar a ser la naturaleza humana. Y, sinceramente, le deseo al hombre que no tenga, con frecuencia, disputas familiares con los hijos, ¡o con los nietos!, por la posesión de las piezas en cuestión.

El otro tema, el primer beso, me pareció verdaderamente obsceno. Más cuando la gente, consumidora de buena literatura, se puso, sin vergüenza propia, a describir la escena vivida o ficticia, ¡sin omisión de babas!. Mirando mi propio retrovisor, creo que llamaron auténticos, o no tanto, profesionales, pues estas cosas son casi una ciencia; llevan su tiempo Y los testimonios, en honor a la verdad, me dieron la impresión de ser demasiado húmedos para tratarse del primer beso. Abundaban los lengüetazos por doquier, con rosca, profundos, sin pausa. No me pareció escuchar nada sobre los mordisquitos, y el morboso juego que dan, sobre todo para aquellas personas verdaderamente apasionadas por la exploración de determinadas zonas. Tampoco percibí nada, tal vez despiste, sobre la extraordinaria insistencia en que se había de incurrir para llegar a tal puerto. Pero en fin. Ya saben que cada uno cuenta su vida como cree que ha sido. Pongan la radio y aprendan. Lo que sea.