Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

29 agosto 2008

Cita, cuento y moraleja.

Aquella mañana de Septiembre se había levantado ilusionado. Hacía meses que se había quedado prendado de esos ojos, de ese pelo, de ese talle esbelto y proporcionado. Sin duda le había parecido que sus inexpertos ojos se habían posado en uno de los seres más hermosos que jamás tendría ocasión de conocer. Y su imagen volvía una y otra vez a sus pensamientos, de un modo persistente, incesante y agobiante, casi enfermizo. Pronto comenzó a verla, aunque desde la distancia, más a menudo. Pues coincidía con ella en el exiguo, aunque marchoso, ambiente nocturno que aquella pequeña ciudad podía ofrecer. Había escuchado en sus años de adolescencia que el mundo era un pañuelo, y ahora, con gratitud, veía cómo la metáfora se hacía realidad. La moda, ese dictador latente de conductas ajenas, marcaba el itinerario a una juventud desorientada e inexperta que principiaba la nocturnidad incólume e impoluta aunque con esa incipiente, y natural, salivilla. Los pubs, silentes observadores, asistían impertérritos a la ingente cantidad de encuentros que, noche tras noche, tenían lugar entre sus paredes. Él comenzó a observar por donde se movía la niña de sus ojos, mucho antes de que Almodovar le diese forma en la gran pantalla, y hacía lo posible porque una fingida casualidad pudiese acercar sus pasos a su anhelo onírico.

Un día la fortuna, que viste diversos trajes, le llevó a conocer un amigo de la criatura que reinaba en su imaginación. Con gran disimulo, y un mayor fingido desinterés, desviaba las conversaciones hasta el punto que le traía inquieto. Y trataba de averiguar algún dato que le revelase un mínimo esbozo de la obra maestra que avizoraba aún en lontananza. Al fin, consiguió su número de teléfono. Ahí es nada. Habrá pocas cosas en la vida, tan baratas y que requieran tan poco esfuerzo, que proporcionen tanta felicidad, sea lo que esto sea, como la sentida por el joven en aquel instante, por lo demás fugaz.

A partir de ese momento comenzó su particular, e idealista, relación, a través del intercambio de mensajes de texto. Particular por cuanto de inútil, e infructuoso, tenía el asunto. La chica, como era normal, recelaba. Un desconocido, de los que pueden llenar películas, novelas y titulares del periódico, se había hecho con su teléfono. El inapelable rigor de la sociedad emitía su dictamen en el entorno de la muchacha: “mándale, ¡sin contemplaciones!, a la mierda”. Era lo lógico. Podía tratarse de alguien peligroso, violento, enfermo. Uno de los muchos acosadores que la mujer tiene o se inventa. Aunque, por el contrario, también podía ser un chico de una timidez e introversión casi enfermiza, sin el valor suficiente para enfrentarse a sus propios temores. Más todavía, cuando estos eran de carne y hueso. Hay veces en que se teme lo que se ama, lo que se admira, aquello que en realidad buscamos. Y no hay otra explicación que el temor, nunca reconocido, a que verdaderamente se cumplan nuestras expectativas.

A pesar de la lógica desconfianza la chica dio el paso. Hoy día, para ejemplo, y quizá vergüenza, del hombre, cada vez es más frecuente. Y como si de una citación judicial se tratase expresó lugar, fecha y hora. En las novelas a estas citas siempre se acude con distintivos en la vestimenta, pero la juventud nunca ha entendido de formalismos, ni ha sabido apreciar el auténtico sabor de una novela.

Por supuesto la cita debía producirse a luz del día. En un lugar concurrido. Pues nunca se sabe a quien pone la providencia en nuestro camino. El chico acudió con su habitual nerviosismo. Pero incrementado 100 veces 100. Para aminorar la espera, y hasta la vida, compró el diario As, que por aquel entonces conformaba toda su cultura, toda su prensa. La chica, que acudió puntual, se tranquilizó, un suponer, al ver el periódico. O tal vez fue al ver la cara del chiquillo. Tenía su edad. No era fuerte y atlético. Ni simpático. Tampoco hablaba mucho. Y desde luego no era guapo. Su cara, fiel espejo del alma, era nítida.

Ambos se reconocieron. Ella, tranquila. El, desquiciado. A Rodrigo Rato, conocido político, precisando aquello sobre la experiencia y el grado, se le atribuye la siguiente máxima: “más vale un gramo de práctica, que una tonelada de teoría”. El adagio, sinceramente, es irrefutable. La práctica del chiquillo era tan poca, y tan escuálida, que ineluctablemente desembocaría en estrepitoso fracaso. Fueron, por llamarlo de alguna manera, a un bar, hoy inexistente. Las despiadadas pistas de la vida, ya saben. Y la camarera sirvió dos cafés. Y dos rosquillas. La chica hablaba con naturalidad y donaire. Incluso le sonaba la cara del misterioso chico. El chico estaba perplejo. Asustado. Contemplaba sin palabras la belleza que tenía delante. "¡Pero cómo es posible que esté tomando café con esta preciosidad!" Se decía mentalmente. Y la chica hablaba, y reía, y hablaba. El chico la miraba a la cara, y no perdía detalle. La estudiaba. Quería recordarla. Quería exprimir el instante. Ella, quizá se lo figuraba. Y no le disgustaba. Cada vez que miraba al chico con sus grandes ojos, éste se hacía más y más diminuto. El chico derretido por aquella mirada, tan inocente como inmensa. Sin embargo tanta, y tan inabarcable, era la diferencia entre aquellas dos almas, que aquel mismo día supo que sólo podría llevarla en su recuerdo. No hubo más encuentros en mucho tiempo. Y el tiempo, ese gran embustero, distorsionó tanto el recuerdo que llegó a hacerlo irreconocible.

Hay ocasiones en que asociamos ideas a las imágenes. Idealizamos el mundo que nos rodea. Quizá porque la realidad que contemplamos no es de nuestro agrado o, simplemente, no es lo que buscamos. La vida la conforman pequeños detalles. No la pidan más. Como dijo un sabio: “todo está en el camino; lo importante es seguir andando”

Delirium tremens: “así son las perspectivas de la esperanza; cuanto más nos acercamos al término de nuestra ambición, más distante parece el objeto deseado, porque no está en lo porvenir, sino en lo pasado; lo que vemos delante es un espejo que refleja el cuadro soñador que queda atrás, en el lejano día del sueño…”. Leopoldo Alas Clarín. La Regenta. Buen fin de semana. Gracias por leerme.