Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

10 septiembre 2008

Mc Cain y Palin, un guiño a los republicanos.

Las elecciones norteamericanas son un acontecimiento verdaderamente extraordinario. No sólo para sus habitantes, que también son, o se creen, extraordinarios, sino para el resto del mundo. En algún artículo leído en estos días, aunque la pretensión no es nueva, me ha parecido entender a su autor la utópica idea de que en las elecciones americanas debería de participar todo el mundo. Personalmente, no la comparto. Por una razón muy simple. No me gustaría, por ejemplo, que decidiesen el destino de los españoles los ingleses, los rusos o los propios americanos, porque tengo la convicción de que el propio electorado español ya está lo suficientemente confundido a la hora de elegir a sus gobernantes, como para que les otorguemos esa decisión a personas que ni entienden nuestra sociedad, ni van a sufrir directamente los estragos de su inepcia. A sensu contrario, pienso que es toda una extravagancia considerar una especie de sufragio universal mundial para las elecciones norteamericanas. A pesar de la notable influencia económica, estratégico-militar e incluso social dependiente del resultado electoral que se dé en las urnas.

Pero si de algo sirven las elecciones de Estados Unidos, además de para demostrar al mundo esa necesidad de su sociedad de convertir en espectáculo todo lo que la rodea, es para mostrar el depauperado escaparate ideológico del resto del orbe. En España, verbigracia, nuestra clase política no tiene inconveniente alguno en explicitar sus preferencias al respecto. Preferencias, ¡mucho ojo!, por supuestas similitudes ideológicas. El protocolo político debería de dictar suma cautela dado que el resultado electoral es absolutamente imprevisible. Por el contrario, nuestros dirigentes han exhibido sin rebozo, además de su propia ignorancia, sus favoritos en tal trascendental lance. Por poner un ejemplo carismático, Pepe Blanco, y sin ánimo de influir en la campaña (jaja), no tuvo ningún inconveniente en decir, qué digo decir, en pronosticar, que el ganador de las elecciones iba a ser Obama. Lo dijo ya hace bastante tiempo. Cuando el hombre pegado a un eslogan arrasaba en mítines y sondeos demoscópicos. Raza y género. Se exportó al resto del mundo, o el resto del mundo quiso exportarnos, que el ganador de la pugna demócrata sería quien ostentase el cetro mundial. Sobre todo por parte de la prensa socialdemócrata se quiso vender la entelequia de que Obama, su preferido, sería el preferido de los americanos.

Pero esto no es exactamente así, claro. Porque resulta que Mc Cain fue un soldado; un héroe de guerra torturado. Resulta que el pueblo estadounidense le admira porque su posición, al contrario que la del actual presidente, no le fue otorgada por herencia, sino a través de la lucha diaria y la escalada personal. Resulta que, a pesar de cómo nos lo vende Prisa, no es tan ultraconservador, hasta el punto de que despierta ciertos recelos entre los republicanos de pro. Y porque resulta que quiere acabar con la plasmación de la conculcación de los derechos humanos en tierra democrática y civilizada: Guantánamo.

Ante esto, los especialistas en política internacional (echen un vistazo) de nuestros diarios más prestigiosos, alegan argumentos de verdadero peso. Dado que el señor Mc Cain no es tan reaccionario como les habría gustado, y que sus 72 años y sus continuos achaques hacen dudar, incluso a gente tan optimista ante la adversidad como los socialistas, que resista saludablemente la primera legislatura, y, por tanto, gobierne quien él designe como vicepresidente, buscan sus flaquezas en sus partidarios más cercanos. El chivo expiatorio es claro, diáfano, notorio, perspicuo, meridiano: Sarah Palin. Desconozco, por auténtica ignorancia, si existe algún precedente histórico en la vida de un político al que se le hayan puesto tantas trabas en su carrera por su pasado, presente y eventual futuro. Tomando como base el centrismo de Mc Cain, se dice que Palin fue elegida para silenciar a las masas republicanas más fetén. Sin embargo, pienso que esto debilita a sus propios detractores, le achacan que en su juventud militase en un partido a favor de la independencia de Alaska. Leyendo a algún baluarte de la causa socialdemócrata nacional, como Ignacio Escolar y Lluís Basset, director de Público y director adjunto de El País respectivamente, no puedo menos que sorprenderme ante posturas verdaderamente absurdas. Son partidarios del aborto. Y son partidarios de la abolición de la pena de muerte. Perdónenme, pero a esto el diccionario lo denomina incoherencia, incongruencia, y, mi dilecto, y antiguo, profesor de filosofía del derecho, lo llamaba antinomia. En cualquier caso, y sin entrar en el anterior debate, me parece increíble que tachen a la señora Palin de ultraconservadora por dar a luz a un hijo con síndrome de Down. A mí, sinceramente, me parece encomiable, dado, además, que por el estatus de su madre es improbable que jamás le falte nada a la criatura. A nuestros socialistas, en cambio, les debe de parecer una aberración. Aunque estas actitudes, desgraciadamente, tampoco es que reciban mucha ayuda por parte de las plumas liberales, a excepción de Juan Manuel de Prada, que, aun solo, todavía no he leído ni un solo argumento de peso que melle mínimamente sus posturas, tan nobles entre tanta vileza. La misma cerrazón han adoptado las privilegiadas mentes progresistas con el conocimiento del estado de buena esperanza de la hija de Palin, de 17 añitos; ¡preferirían que abortase!

Sinceramente, creo que la única actitud que se le puede echar en cara a la señora Palin, es la de predicar con el ejemplo. Algo que, en mi opinión, a la gente de izquierdas, al menos a nuestra gente de izquierdas, le es completamente ajeno. Mucho ateismo, aconfensionalidad y enseñanza pública, pero los nenes al colegio privado de curas que les aconsejaron los amigos del club de golf, en fin.

Aunque eso sí, señora Palin, si de verdad quiere ganarse al electorado joven, por Dios, y a pesar de su conocida inquina hacia los medios de contracepción, no mencione nada relacionado con la abstinencia sexual. Sumará al acto, además de una merma cuantitativa de votos, el placer en la población bisoña de contravenir el dictamen de un político, y provocará auténticas bacanales.