Nunca antes tuve gafas. Pero alrededor de cuarto de carrera, un buen día, en concreto un buen domingo, descubrí sin atisbo de alborozo que o bien en el partido del plus se jugaba al fútbol sin pelota, lo cual no dejaba de resultar verdaderamente extraordinario para una mente despierta, ágil, curiosa y asaz inquieta como la mía, o bien, y esto me resultaba casi trágico, algo le estaba ocurriendo a mi vista. Como podrán imaginar, ustedes que piensan, me pasaba esto último. Pero soy genética y socialmente cabezota, oigan. Y seguí una temporada, no muy larga, sin acudir al facultativo que con absoluta seguridad me prescribiría la utilización de gafitas, que es como hipocorísticamente me refiero a mis anteojos: esos eternos provocadores de una ineluctable sensación de vista y vida artificial. Seguramente sabrán que referirse hipocorísticamente a un objeto reviste a éste de cierto glamour. Piensen, por ejemplo, en lo que ocurre con determinadas prendas de ropa interior femenina, y el lujo jamás soñado que de un modo automático alcanzan tras su pronunciación. No me digan. Pero continúo. Pues creo que es de persona juiciosa llegar a la conclusión de que habrán notado que al tocar determinados temas, todos ellos de suma importancia, mi cabeza y lo que abunda dentro de ella se disparan cual escopeta sin presa. Y van ustedes a pensar que a saber de qué tengo yo llena la cabeza. O peor aún, a saber de qué tengo yo lleno el armario. En esa temporada, decía, seguí observando, de un modo muy borroso, claro, que tampoco era capaz de distinguir con claridad el rostro de una persona conocida que pasase por la acera de enfrente. Esto puede no resultar sorprendente para quien vive en una gran ciudad, cuyo ancho de sus avenidas se corresponde aproximadamente con el largo de las del lugar donde yo vivo. Pero como digo, en León, por lo menos, es casi una gran pena. Acudí, pues, con mi acostumbrada parsimonia al oculista, y su dictamen fue desdichadamente inapelable: “usted, tiene miopía juvenil”. Cuando lo escuché me sentí, durante un fugaz lapso de tiempo, muy contento. Espeté al profesional de los ojetes, y, por Dios, no me malinterpreten la expresión, que si eso de la miopía juvenil se pasaba con la edad. Y el oculista, en tono mitad paternalista mitad socarrón, me respondió que claro que no. Que con la edad entraba, y en mí, ya se quedaba. ¡Angustiado!, entonces me hallé. Pues como ustedes comprenderán uno no es más que un joven inmaduro, superficial y algo coqueto. Con lo que puedo asegurarles que nunca me puse las gafas en esos años. Y las llamadas dioptrías, palabra que, por cierto, ya viene de fábrica con un sonido hórrido, siguieron creciendo cual pequeñuelo a dieta de danoninos. Hasta el punto de que la semana pasada no había en mí certidumbre acerca de nada de lo que me rodeaba. No es que no viese las imágenes del televisor de plasma en el salón, uno de los dos niños de los ojos de mi padre (el otro es el coche), sino que ni siquiera veía el aparato. Con lo que, esta vez sí, me fui preocupado al especialista. Especialista que quedo perplejo cuando le dije que iba caminando por la vida, sin pausa pero sin prisa, y además, sin gafas.
Pero perplejo es un eufemismo, claro: realmente, quedo acojonado.
Pero perplejo es un eufemismo, claro: realmente, quedo acojonado.
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6 Comments:
Ay que ver!!! Qué peligro tienes chico!!! Sin gafas y a lo loco!!!
Yo también soy miope, por desgracia , y recientemente me dieron un terrible susto en una óptica cuando me dijeron que me había aumentado más de una dioptría la graduación y me encasquetaron unas gafas con uns terribles cristales de culo de vaso. Afortunadamente, eran unos ineptos que no sabían hacer su trabajo y no me creció nada!!!! Pero el susto, el cabreo, el tiempo, las vueltas que tuve que dar...etc..etc no me lo quita nadie jeje.
Con respecto al teacher...te aseguro que da para escribir un estudio psicológico, un ensayo, una novela, un guíón y mucho más. No lo sabes tú bien!
Y no me gustan los rubios. De todas maneras, este hombre rubio rubio yo nunca lo he visto..Cuando era joven igual...pero ahora es más bien castaño.
Vaya, pues a mi me dijeron (la última vez) que me habían subido bastante, y voy y me lo creo (aunque tampoco tenía razones para no hacerlo). Tomaré ese consejo velado que me das, y la próxima vez que me haga una revisión lo compararé con otro diagnóstico. Quién sabe, quizá me ahorre alguna dioptría.
Y bueno, dejémoslo en castaño clarito; of course? ;)
Hombre, si están mal graduadas verás mal. Se not, no te preocupes. Yo por eso fui al oftalmólogo. Moraleja: se va siempre al oftalmólogo. Ya se que los ópticos dicen que están capacitados pero ,visto lo visto, no me fio.
Castaño clarito ok. El color de pelo es lo de menos a fin de cuentas. Ademas , como dicen los italianos:il lupo perde il pelo, ma non il vizio !!!...jajaja.
Ok, pues al oftalmólogo entonces. Yo creo que los italianos son un poco golfos. Moraleja(respecto al dicho): no hay peor ciego que el que no quiere ver :-)
Pues sí, ahí creo que has dao en el clavo!! No hay peor ciego que el que no quiere ver. jaja. Hay cosas que se ven venir de lejos...otro asunto es que uno no quiera verlo porque a veces se vive mejor en la ignorancia . Pero solo a veces y durante un rato. Luego te caes del caballo como San Pablo y la torta es considerable. Así que mejor llevar las gafas bien graduads y abrir bien los ojos!!!
Gracias por tus comentarios! Me están ayudando a pasar los últimos momentos de un aburrido domingo, la verdad. Mientras practico algo de mecanografía, he de confesar.
Sí, habrá que graduarlas bien, y abrir bien los ojos, y mirar, y si luego además se ve lo que se mira, pues mejor que mejor...
Y digo yo que pobre San pablo, ¿no? :-)
Buenas noches, Laura.
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