Estival, aspiraciones vanas, de la tele a la Zarzuela
Llega mi hermana a tomar café algo triste, angustiada, poéticamente cariacontecida. Asegura que estando en el Retiro, disfrutando de las brisas y terrazas madrileñas, la han comido, casi literalmente, los mosquitos. Como insinuando que los insectos de la capital fueran más selectivos que los del norte. O como si tuviese la previa certeza de que sólo iban a picar a los chulapos y las mozas de los madriles. Sin darse la pobre por enterada de que el mosquito de la gran villa engorda y sobrevive con la sangre provinciana.
Y no sólo el mosquito, claro.
Y no sólo el mosquito, claro.
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Ser imprescindible: ingenua creencia. Tomar la humilde aportación de nuestra presencia como algo totalmente distinto a lo que verdaderamente es. Preguntarse por el impacto de nuestro vacío es sobrentender que nuestra ausencia lo va a provocar. Cuestionar el signo de ciertos acontecimientos por nuestra participación en ellos supone otorgar influencia a lo imperceptible.
La tristeza y la alegría, aun en grupo, son estados exclusivamente individuales. Se comprenden y se comparten, pero nunca se pegan, aunque muchas veces lo parezca (mi profundo pesar por Punset y su inquebrantable fe en las neuronas espejo).
¿Y qué van a hacer sin mí?
Quiá, pregúntese, mucho mejor, qué va a hacer usted sin ellos.
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Este extraordinario ejemplar de mujerMás este otro no menos extraordinario
Suman esa eterna pretensión nominal femenina
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