Viernes
Me levanto con el mismo dolor de cabeza. Llueve intermitentemente. El vecino no ha comprado otro paraguas. El mecánico abusa del espacio de la calle. Mi padre llega satisfecho del hospital. Mi hermana descubre que se acaba la semana. Se han quemado las tostadas. Hay ruido en el piso de al lado. El café está demasiado cargado. Me gusta (h)ojear las propagandas del super. El silencio estimula mi inteligencia. Siempre estoy poco estimulado. Paso la mañana entre artículos de insospechada índole. Mi hermano quiere que le acompañe a correr por la tarde. Yo aún no quiero empezar la operación biquini. La comida excelente, pero demasiado copiosa. Me tomo dos tazas de café. No serán las últimas. Me llama un viejo amigo y compañero. Se proyecta un quinteto-sexteto de jazz. Me ofrece la posibilidad de sumarme. Dudo de mi pericia jazzística, y así se lo expongo, pero acepto. Hay hombres con necesidades tal vez imposibles. Pero la vida no está para rechazar envites. Mi agenda será más apretada. ¿Compatibilidad con grupo y estudio? Habrá que prescindir de las mujeres (qué chiste). En la semana se concretarán partituras, lugar y hora de ensayo, demás componentes. Me despido. Debería afeitarme. Se ha quedado una tarde maravillosa. Esa mujer tenía unas caderas que llaman al delito. Pero qué pelo tan brillante. Qué bien vives, me dicen. Se hace lo que se puede, respondo. La música de acordeón da a León un toque parisino. Las muchachas se resisten a la primavera. El maquillaje hace milagros. Deporte y tiempo socorren conversaciones en serio peligro. La adolescencia es desafiante. La vejez, humilde. El hombre necesita normas para incumplirlas. ¿La coquetería nace o se hace? El dinero no da elegancia. La inteligencia no tiene rostro. Seguir es conseguir cuando esperanza y experiencia entran en batalla. La tarde se va. Y la conciencia implora una rápida despedida. No hay tiempo para más, ni lo ha habido para mejor. Mis disculpas por ambos.
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