Querencias
Se produce una cierta impresión extraña en el alma cuando das una vuelta por un lugar del que crees conocer todos sus recovecos y te das cuenta de que han cambiado ciertas cosas que imaginabas eternas e inalterables.
Donde antes había una vasta extensión de hierba, sin llegar a esas enormes praderas de las que ya sólo se puede disfrutar cuando sales al campo, ahora se levanta una enorme edificación de dudosa utilidad, y que parece ofrecer al observador una garantía de que, inexorablemente, el paso del tiempo nada respeta. Allí donde había amplias aceras, y que no servían al capricho de ningún concejal, sino que eran necesarias para albergar a una ingente marea de estudiantes, actualmente las han dividido en estrechos senderos de cemento por los que apenas podrían caminar más de dos personas juntas; ahora bien, como contraprestación, a su vera, se han incorporado lustrosos carriles-bici para una ridícula minoría que tendrá preferencia sobre todo tipo de tráfico con el que se crucen: supongo que todo esto formará parte del paisaje sostenible municipal, obligatorio en toda ciudad que quiera mostrar ciertos signos de modernidad, sea ésta real o completamente ficticia.
Afortunadamente, las obras urbanísticas, vendidas como mejoras sin tacha, no han impedido que las tardes de domingo acojan a un nutrido grupo de personas de distintas edades cuyo mejor entretenimiento estriba en pasear con cierta veneración por los jardines, pasillos e improvisados parques del campus universitario. Los empecinados obstáculos del progreso, sin duda.
Yo no sé a los demás, pero a mi estos cambios me duelen siempre. Y no siempre porque sean objetivamente malos. Sino, más bien, porque uno asocia ciertos recuerdos a determinadas imágenes, y cuando éstas cambian, parece que te arrancan sin permiso alguno un pequeño pedazo de tu vida. Somos lo que recordamos. Sin memoria nos quedaríamos tal y como vinimos al mundo. Y llámenme paranoico, pero a veces parece que todo conspira a nuestro alrededor para que olvidemos.
Donde antes había una vasta extensión de hierba, sin llegar a esas enormes praderas de las que ya sólo se puede disfrutar cuando sales al campo, ahora se levanta una enorme edificación de dudosa utilidad, y que parece ofrecer al observador una garantía de que, inexorablemente, el paso del tiempo nada respeta. Allí donde había amplias aceras, y que no servían al capricho de ningún concejal, sino que eran necesarias para albergar a una ingente marea de estudiantes, actualmente las han dividido en estrechos senderos de cemento por los que apenas podrían caminar más de dos personas juntas; ahora bien, como contraprestación, a su vera, se han incorporado lustrosos carriles-bici para una ridícula minoría que tendrá preferencia sobre todo tipo de tráfico con el que se crucen: supongo que todo esto formará parte del paisaje sostenible municipal, obligatorio en toda ciudad que quiera mostrar ciertos signos de modernidad, sea ésta real o completamente ficticia.
Afortunadamente, las obras urbanísticas, vendidas como mejoras sin tacha, no han impedido que las tardes de domingo acojan a un nutrido grupo de personas de distintas edades cuyo mejor entretenimiento estriba en pasear con cierta veneración por los jardines, pasillos e improvisados parques del campus universitario. Los empecinados obstáculos del progreso, sin duda.
Yo no sé a los demás, pero a mi estos cambios me duelen siempre. Y no siempre porque sean objetivamente malos. Sino, más bien, porque uno asocia ciertos recuerdos a determinadas imágenes, y cuando éstas cambian, parece que te arrancan sin permiso alguno un pequeño pedazo de tu vida. Somos lo que recordamos. Sin memoria nos quedaríamos tal y como vinimos al mundo. Y llámenme paranoico, pero a veces parece que todo conspira a nuestro alrededor para que olvidemos.
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A sensu contrario:
2 Comments:
En cuanto a lo que están haciendo sembrando de carriles bici León ya ha surgido un expresivo grupo del facebook, algo así como: "El que hizo el carril bici de León tenía un mapa de Cuenca".
Jajaja, esto me recuerda, en nuestros tiempos de estudiantes, a aquello de nuestra facultad y el plano de la de Córdoba.
¿Leyenda urbana...?
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