Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

17 marzo 2011

Marca(do)

Ese canal de televisión que Marca ha puesto a disposición del españolito comprometido con lo que de verdad (le) importa es verdaderamente peculiar. Anoche, después del partido del equipo del esposo de doña Pitina, pude ver e incluso escuchar, probablemente, a lo más granado del panorama periodístico-deportivo de este gran país, esta gran Nación, este portentoso y poderoso Estado sin par. El presentador tenía una inteligencia rápida, vivaz, como fuera de lo común. Y los invitados, todos ellos un dechado de educación, equidistancia y una elegancia de torero o cantaor de coplas poco vista hasta la fecha, parecían formar una escena teatral de una delicadeza casi isabelina. Como ustedes comprenderán, cuando vi semejante conjunto, no pude menos que sentarme a disfrutar de esa charla distendida, de esos modales encopetados, de ese saber atesorado por tantos años de experiencia, trabajo y sacrificio y, por cierto, tan poco reconocido por tanto desaprensivo que anda suelto por estos mundos de Yupi.

Los comentarios de Kiko Narváez, genéricamente juiciosos y peculiarmente ponderados, como acostumbra, nunca me merecen mucho reproche. Sin embargo, tengo que decir que a veces ve cosas que los demás no ven y, además, pone todo su énfasis y apasionamiento en una polémica miga que sus compañeros, siempre atentos, ni siquiera han percibido. El presentador, cuyo nombre desconozco por completo, si bien antes presentaba programas de humor y lenocinio con total tino y maestría, hay que reconocerle su total acoplamiento a un programa de índole claramente más seria y rigurosa. Aunque, bueno, dado que su potencial función debería ser moderar a los muchachos que le abrigan cada noche, aún no me explico cómo se montan esas tanganas, inexplicables desde el punto de vista meramente civilizado, por un quítame allá ese fuera de juego o un monumental rasgado de vestiduras por un penalti manifiestamente bien pitado. Serán cosas del directo, de la emoción escénica, o, ¡Dios nos libre!, de un mal acomodo del pinganillo.

Pero en fin. Todos sabemos que los programas técnicos van dirigidos a un público muy, muy especializado y, por tanto, tampoco querría meterme en trajes que me vienen excesivamente grandes.

Lo que yo quería reseñar, aunque es probable que me haya desviado un poco del tema, es ese venerable respeto que, muchas veces de modo inmerecido, se ofrece a un peso pesado del gremio por el solo hecho de reunir en su persona una larga trayectoria; y aun no acumulando grandes aciertos dignos de mención durante la misma, ya se cree, y le creen, merecedor de un trato verdaderamente exquisito, tierno, y todo lleno de agasajos. En el caso concreto no pronunciaré su nombre por aquello del pecado y el pecador. Pero si afirmaré que peina tela canas, que no es precisamente un señor barbilampiño, y que un tocayo suyo, hace muchos siglos, se fue de guerra a las Galias. Lo mismo el de ACS le debía unas cañas, y el periolisto no se había cobrado el débito. O, no sé, tal vez fuese culé con foto firmada y carné con derecho a butifarra, y nunca había hecho ostentación de tal honor. El caso, sin duda curioso, es que criticaba el juego, a sus artífices, al preparador, y al mismísimo presidente. Y que, en fin, le escocía mucho, o muy mal lo disimulaba, que el equipo merengue no hubiese necesitado el famoso óbolo para el viajecito de Caronte. Mi incomprensión ante lo y el observado fue mayúscula. Aunque, quizá, el afamado mencionado sólo deseaba evitar cierto emparejamiento en cuartos.


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Mi cuñado ha mejorado un poco. Lo mismo me lo han notado en el tono.