Como decíamos ayer...
Qué claros se ven ahora los fondos de los bares, cuando tímidamente nos acercamos a sus cristales. Qué suerte de novela disfrutar obligatoriamente de terrazas en otoño e invierno, lo mismo al tenue sol de la resurrección del Dios hecho hombre, que en los gélidos días de las próximas navidades. Qué gozo respirar aire puro y limpio en públicos sitios cerrados, síntoma de sociedades pulquérrimas, pero de hábitos muy caducos, y normativas demasiado trasnochadas. Qué bien huelen ahora las ropas del noctívago farandulero, pues ya no hieden a los lugares que frecuenta, ni a con quien mantiene sus firmes, íntimas y reiteradas refriegas. Qué bien que ahora seamos más sanos, más felices y menos libres, aunque de hambre hay a quien matamos, siempre consuela que la soga se la pongan extraños. Qué bueno que papa estado se preocupa de no preocuparnos, pensando por nosotros, comiendo por nosotros, conduciendo por nosotros, y hasta viviendo por nosotros: tal vez, algún día, incluso ya no hagamos falta.
Me había dado de plazo apenas unos días para reconsiderar de nuevo, y totalmente, mi situación. Pero la cogitación, ciertamente, ha durado toda una estación. Ser consciente de que las cosas no habían salido como esperaba, desde luego, no mejoraba en nada el panorama vital de una existencia hastiada de revolcones, decepción y desilusiones. Hay quien dice que se aprende sólo de los errores. Pero también es verdad que muchas veces lo afirman quienes aún no han tenido ocasión de comprobarlo. ¿Consejos vendo y para mí no tengo, consuelo de tontos, o la eterna y molesta suerte de ser un redomado bobo? La respuesta siempre, y en todo caso, nos la suele (o solía) dar el tiempo: que sitúa méritos, olvida necios, y desenmascara obvios fingimientos. Y, además, no pertenece a nadie: salvo que algún falso, y desafortunado, poeta se lo atribuya en propiedad al viento.
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Me había dado de plazo apenas unos días para reconsiderar de nuevo, y totalmente, mi situación. Pero la cogitación, ciertamente, ha durado toda una estación. Ser consciente de que las cosas no habían salido como esperaba, desde luego, no mejoraba en nada el panorama vital de una existencia hastiada de revolcones, decepción y desilusiones. Hay quien dice que se aprende sólo de los errores. Pero también es verdad que muchas veces lo afirman quienes aún no han tenido ocasión de comprobarlo. ¿Consejos vendo y para mí no tengo, consuelo de tontos, o la eterna y molesta suerte de ser un redomado bobo? La respuesta siempre, y en todo caso, nos la suele (o solía) dar el tiempo: que sitúa méritos, olvida necios, y desenmascara obvios fingimientos. Y, además, no pertenece a nadie: salvo que algún falso, y desafortunado, poeta se lo atribuya en propiedad al viento.
2 Comments:
Se aprende de los errores...y de los intentos.
Bienvenido. Se te echaba de menos.
Un beso.
Anay
Muchas gracias, Anay. ¡Cuántas respuestas te debo!tengo todos tus correos en espera, así que espero no haber agotado aún tu paciencia.
Un beso(y bienhallado, más o menos...)
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