Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

03 noviembre 2010

Milan-Madrid

Escribo estas líneas completamente desahogado. Acabo de gritar como un poseso endiablado, enloquecido, fuera de control el gol del empate del Real Madrid de Mourinho, en el estadio del A.C.Milan, en el tiempo de descuento. Cada vez entiendo menos la querencia de ciertos periodistas fabulosos, como Enric González, por el denominado catenaccio. El fútbol italiano es soso, lento, trabado, y probablemente el más tramposo y rastrero del mundo. El Milan necesitaba la victoria como el comer. Y, la verdad, se puede decir que nunca salió a por el partido. Me esperaba un Madrid al contraataque y algo embotellado por el empuje de la escuadra rossonera y, curiosamente, fue el equipo blanco el que, a pesar de jugar a domicilio, tuvo que llevar la iniciativa durante todo el encuentro. Cosas de este deporte que, según los entendidos, son precisamente las que lo hacen grande, al final el equipo merengue pudo llevarse la primera derrota de la temporada. En el momento en que el Milan metió el 2-1, me tuve que frotar varias veces los ojos, e incluso darme pellizquitos de monja en el brazo, para no caer en la tentación de pensar que lo que estaba viendo lo estaba soñando. Cada vez que el equipo blanco recuperaba la pelota, los italianos se tiraban al suelo interpretando haber recibido un golpe durísimo, tener una lesión gravísima o, qué sé yo, haber sufrido un paro cardiaco. Un sinfín de triquiñuelas por parte de un conjunto de deportistas que, si bien se apreciaba su mucho oficio y que tenían la carrera bien aprendida, hay que reconocer que podrían haber triunfado cum laude en el teatro ligero, la comedia huera o la desprestigiada farándula. Al final, todos los intentos del histórico equipo italiano por entorpecer el juego, paralizar las jugadas de peligro, y engañar al árbitro, no obtuvieron el resultado deseado. Aunque estuvieron a punto. Y haya que reconocer que, después de todo, no se fueron con las manos totalmente vacías. Que, en honor a la verdad, era lo que merecían.