La vieja guardia, buen cine
Anoche estuve escuchando con delectación de muchacha que ha conocido muchacho a Julio Anguita. Daba verdadero gusto oírlo, oigan. No se acaloraba. Pensaba lo que decía. No se le amontonaban las ideas, ni las palabras, ni tampoco esos gestos tan vagos y a veces un tanto estúpidos con los que los políticos se dan tanta importancia. Cuando le preguntaban, y a pesar de que la respuesta estaba bajo los imperativos del cronómetro, se tomaba su buen tiempo para contestar. Y el resultado era que mientras unos llenaban su minuto de palabras inanes y plenamente prescindibles, él lo llenaba de cordura, y de buen juicio; sin decir ni una sola frase que, cuando menos, no fuera absolutamente razonable. Nadie le contradijo, ni le corrigió, ni le dedicó una mínima mirada de reproche. La impresión general era que la mesa íntegra le estaba rindiendo homenaje. Y no tanto por su persona, que también, ni por sus ideas ya conocidas, cuanto por ese semblante serio, distante y aquilatado que desprendía magnetismo, entusiasmo y admiración por una política en la que, pobrecito, aún creía.
He disfrutado viendo El libro negro como hacía ya mucho tiempo que no lo hacía con ninguna otra película. A estas alturas de la vida uno ha leído ya tantas cosas sobre los nazis, que es prácticamente inevitable sentirse interesado por un libro, una revista o una carátula que, mostrándonos una esvástica de fondo (ese símbolo indio de la fortuna que el dictador atrajo a su causa), nos prometa satisfacer, al menos en parte, alguna de nuestras dudas. El film, además, era extraordinariamente sugerente: guerra, espías, traiciones, amor no buscado, dolor inexorablemente encontrado, odio…y, por si todo ello fuera poco, en su reparto se encontraba la deliciosa Carice Van Houten. Una criatura bellísima y delicada de cuyos ojos se desbordaban pasión, orgullo y fragilidad a raudales. Por lo demás, en el principio estaba su fin. Y ese molesto y recurrente quién es quién que nos corroe durante sus dos horas de duración, no defrauda, ni decepciona, ni deja indiferente.
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He disfrutado viendo El libro negro como hacía ya mucho tiempo que no lo hacía con ninguna otra película. A estas alturas de la vida uno ha leído ya tantas cosas sobre los nazis, que es prácticamente inevitable sentirse interesado por un libro, una revista o una carátula que, mostrándonos una esvástica de fondo (ese símbolo indio de la fortuna que el dictador atrajo a su causa), nos prometa satisfacer, al menos en parte, alguna de nuestras dudas. El film, además, era extraordinariamente sugerente: guerra, espías, traiciones, amor no buscado, dolor inexorablemente encontrado, odio…y, por si todo ello fuera poco, en su reparto se encontraba la deliciosa Carice Van Houten. Una criatura bellísima y delicada de cuyos ojos se desbordaban pasión, orgullo y fragilidad a raudales. Por lo demás, en el principio estaba su fin. Y ese molesto y recurrente quién es quién que nos corroe durante sus dos horas de duración, no defrauda, ni decepciona, ni deja indiferente.
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