Encantados, hastiado, mi verano en dos imágenes
Presos y confidentes de sus propias ocupaciones se inclinan uno hacia el otro mostrando un interés inexistente, un entusiasmo impostado y una admiración sin cimientos. Ella se atusa el pelo con coquetería de mojigata, le mira directamente a los ojos, y bebe de su refresco sin la actitud del sediento ni el agrado del complacido. Él se da aires de ridícula importancia, pues le escucha una mujer de cierto atractivo, y toma por montañas los ratones que con tanto énfasis pronuncia. Viven ambos felices en una frágil burbuja que creen inalcanzable para el resto de simples y ordinarios mortales. Se sienten más que admirados envidiados, pero no advierten los silentes tonos de reproche de quienes conociéndolos les van apartando. Más tampoco darán importancia alguna a la displicencia recibida, pues nada ha de existir más allá del contorno de sus propios e idealizados ombligos. El inexorable peligro de que según la leyenda se encuentren esas dos mitades tristes y errabundas no es otro que después de realizar tantos esfuerzos y sufrir múltiples desvelos desoigamos todo cuidado y caigamos complacientes en el poco mullido pozo de nuestro hórrido desengaño.
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Este divertido, entrañable y personal comienzo de la columna de Valentí Puig:
“Viajar en AVE de Madrid a Barcelona junto a una muchacha con el iPod a todo volumen y sorbiendo moco sin parar plantea dudas sobre los límites de la convivencia humana”.
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Bueno, y como nunca muestro imágenes de mi “yo músico”, aquí les van dos muestras relacionadas:
1. En un ejercicio con muchísimos precedentes de narcisismo infundado, mi persona, y lo que la amuebla, momentos antes de que me pasasen a buscar, en el ecuador de este verano, para amenizar alguna verbena.
2. Un poco antes de comenzar a tocar, creo que tomada en Vega de Magaz, cerca de Astorga, esta instantánea del coqueto escenario, y mi querido y vistoso instrumental (y demás bafles –me encanta este término, por cierto-)
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