El hombre que amaba a las mujeres, fin del homo homini lupus, quién le ha visto...
“¿Por qué enseñarles a las mujeres esas tareas engorrosas de las que se ocupan tan bien los hombres –los abogados, los médicos, los periodistas- cuando están tan dotadas para un oficio que nosotros no podemos siquiera soñar en desempeñar: hacer que la vida sea soportable? Lo que ganan en instrucción lo perderán en otras cosas. Me temo que las nuevas generaciones harán el amor muy mal”.
Pierre-Auguste Renoir, rescatado en un artículo muy feliz, en el XL Semanal de este domingo.
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“La vida del adulto ha estado sometida a tantos engaños, ha sido víctima de tantas jugarretas, se le ha hecho competir en condiciones tan duras e inaceptables, se han despreciado tanto sus impulsos altruistas y compensado su egoísmo cuando lo ha mostrado que su cerebro y estado anímico no sólo han perdido la virginidad y el ensueño del alma joven, sino que son incapaces de reconocerlos”
Eduard Punset, en un artículo en el que obvia obscena y, a mi juicio, erróneamente, a Thomas Hobbes, y su querido Leviatán (no tan bíblico como lo pintan).
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Político simpático, por todos ustedes conocido, celebra efemérides en palco lleno de personalidades y familia, reporteros indiscretos (pleonasmo) y seguro que algún castizo polizón de asfalto. Al sol de la Castellana se escuchaban abucheos varios y protestas múltiples, pero el aludido no perdía sonrisa, tampoco compostura, ni donaire característico. Piensa que las protestas nunca han ido con él, por eso, a los dispares y poco disparatados puntos de vista que se le han cruzado en su ideal camino no ha dudado en aplacarlos con mano firme y sin que se le haya mudado nunca el complacido rostro. Baltasar Gracián decía que las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen, pero este particular caballero de la triste figura, a día de hoy, es demasiado evidente que se está quedando sin público entusiasta, sin auditorio comprensivo y, si me apuran un poco, incluso sin unos maltrechos hombros que le sirvan de necesario sustento, de bastón para alicaídos, o tal vez tan solo de paño de inevitables lágrimas.
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