Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

27 octubre 2010

24h

Una llamada al fijo en toda la tarde. La tarta está demasiado fría. El café excelente, como siempre. No me apetece leer las noticias. Mi sobrino no cree en los Reyes Magos. Una de mis hermanas se ha comprado otra chaqueta. Otro sobrino ha mandado quince mensajes de móvil en menos de quince minutos. A mi padre le gusta la frambuesa. No son todos los que están. Ausencias inesperadas. Olvidos predecibles. Tengo un hermano ahíto de haches. No voy a ver el partido. Me llaman para una fiesta de disfraces. Ceno poco y rápido. Toco el piano con la cabeza en otro sitio. Ojeo el correo. Me ducho mecánicamente. Me pasan a buscar. En la calle hace frío. Antes de la mascarada habrá partida de mus. Iríamos vestidos de angelitos. Nos acompañarían unas “diablesas”. En el bar sólo hay cuatro muchachas: la camarera, una chica con un novio que no la merece, otras dos con un par de chicos grises, planos, bastantes corrientes. Una ronda de rones. Las cartas están demasiado nuevas. El mus se da mal: consuela que no siempre gana el que más sabe. Y lo digo, ante miradas de reproche y probable incredulidad. Pedimos otra ronda, ésta más cargada. La camarera tiene un culo precioso, y comentamos amigablemente el asunto. Me comunican que las diablesas no vienen. También que nos hemos quedado sin alas. Nos pondremos unas pelucas. Sigue la timba, y en su mismo sentido. Tres veces tres reyes y un par de unas por mi parte en toda la noche. Mi pareja a la par. Se acaba la partida. Nos levantamos, pagamos, y nos vamos. La noche está aún más fresca. Nos acercaremos en coche. Las pelucas nos quedan de pegada. A mí me ha tocado una plateada, lisa, no demasiado larga: no me miro al espejo, pero probablemente me asemeje a una perrita de esas que pasean tuneadas las muchachas finolis. En el pub hay muchas mujeres. También mucho sexo de la competencia. Avizoro vampiras, trogloditas, sugerentes enfermeras, superhéroes muy femeninas. Sigo mirando, con inquietud y no poco asombro, el resto del local: se está metiendo mano todo el mundo. Y yo presumiendo de peluca. En otro pub sólo había hombres. Las hormonas nos empujaban a casa. Acaba la noche a las cuatro de la madrugada, más o menos, y no ha empezado la semana. Hoy por la mañana había quedado. El bar publicitaba la necesidad de una camarera. Un sitio pequeño, bien decorado, bastante cómodo, podríamos calificarlo de coqueto. Me quedo mirando para el mural de Ikea: enorme, blanco y negro, sin ley del contraste. Paseo corto al cercano centro comercial. Una muchacha joven y guapa, con unas tetillas adorables y enormes, se acerca feliz a saludar a mi amigo. Cuando ya se ha alejado y no hay peligro de las manidas réplicas de género, comento en confianza mi gran asombro por la enormidad de los atributos contemplados. Él asiente, con cierto entusiasmo. La moda de este año: rayas, grises, muchos cuadros, tejido plastificado, el hombre también presume de complementos. Nos despedimos hasta la próxima. Me voy a casa. La gente camina sumida en sus cuitas. No veo muchos rostros felices: deberíamos ser más agradecidos con los que encontramos sonrientes. Me sumo en la rutina. Y me confundo con el día. Como siempre. Pero tratando de recordar todos los matices.