Los pies del gato son contados
El silencio deja siempre un poso de amarga incertidumbre; la palabra expresada aniquila la sospecha, guardada como oro en paño, que alberga toda conjetura. El vacío sensorial e intelectivo provocado por la ausencia de una pronta respuesta, produce un quebrantamiento en la fe ciega que profesábamos a esa persona que nunca defraudaba ofreciéndonos evasivas, desplantes sarcásticos, o incoherencias propias de seres socialmente elementales. Y ya no se trataría sólo de otorgar a esa desaparición en el trato verbal un valor meramente calificativo, sino de asignar un sentido inconcuso, aun no favorable, a la inexistencia de un pronunciamiento que preferiríamos cierto, palpable y plenamente expuesto al análisis descarnado de nuestro imperfecto intelecto. Estaríamos hablando, en rigor, y en la práctica, del etiquetamiento de una entelequia. Pues, dado que ese mutismo carece de forma, de contenido, y, por tanto, de reconocimiento externo, tan solo estaríamos esbozando una teoría, siempre a nuestra medida, que complaciese nuestra inquietud, y mitigase aparentemente nuestra intransigencia: olvidando de un modo palmario que, cualitativamente, partimos de una base irreal, imaginaria, o simplemente onírica.
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