El club (pendiente de bautizo)
Esta mañana, charlando con un viejo y querido amigo de la facultad, en un bar donde echamos de menos a una preciosa camarera que tiene dos cuencos grandes, hermosos, rebosantes y, como castizamente se decía, muy bien puestos, pusimos las bases de un pequeño proyecto que espero de todo corazón, y desde la razón, que se lleve finalmente a cabo. Comentando la novela de Galdós, y su posterior incidencia en la literatura y sociedad españolas, la conversación nos llevó por unos curiosos y agradables derroteros: qué novelas nos habían hecho llorar, soltar unos lagrimones gordos e ininterrumpidos. Yo recordé con cariño Los miserables, esa monumental obra de Victor Hugo, en la que a falta de diez páginas para el final, no habiéndose aún resuelto el nudo argumentativo, y después de disfrutar de 2.000 páginas, uno no puede hacer otra cosa que reblandecerse y sentirse sumamente dichoso por gozar del gusto de la diosa lectura. Y mi amigo y compañero, sobre todo para no salirse del autor sobre el que estaban cayendo las disquisiciones, me habló de Miau, y de la pena y dolor que inexorablemente se sienten, y que nos mueven a la conmiseración por la suerte que corre el protagonista. En ese momento, y aunque no venía mucho a cuento, recordé con especial satisfacción la lectura del Johnson de Boswell. Dije que había llorado tanto, si no más, como con cualquier personaje con el que de alguna manera me hubiese podido identificar en una novela. Lágrimas puras, nobles y sanas, entiéndanme: desconozco si son las que suele soltar cualquier mierda, que diría el más auténtico Pérez-Reverte. Además, en el susodicho libro, hubo una cosa que me había llamado especialmente la atención: las cultas reuniones, en forma de club, que Johnson y las más grandes firmas inglesas de la época llevaban a cabo con rigurosa periodicidad en alguna cervecería del Londres más literario. Qué cosas tiene esta vida. No estaba terminando de contar la anécdota, cuando mi amigo, como si me hubiese leído el pensamiento, dijo solemnemente: hagamos uno. Pero qué maravilloso placer, no me digan. Aún no está nada confirmado, pero se espera la presencia de profesores, doctores y doctorandos. Probablemente, y lo digo hasta con orgullo, un servidor sea el más tonto del grupo. Hablaremos de literatura, de política, de cine, de aquello que en el momento presente esté marcando el debate en la sociedad. Y, para ello, nos reuniremos una vez por semana en algún café leonés que ofrezca recogimiento y acogimiento a raudales a unos declarados esclavos, obsesos de la literatura. Las reuniones serán nocturnas. Habrá variedad de sexos y de posicionamientos ideológicos: sin atenernos a la reinante y preocupante paridad, por supuesto. ¡E incluso habrá permisividad con el humo y el alcohol! Quién puede dar más. Se me está haciendo la boca agua.
4 Comments:
Una pena estar tan lejos, porque anda que no se iba a disfrutar con semejante compañía y con tal carta de menú del día (o de la noche, vaya). Un abrazo.
Ah, quién fuera leona o leonesa...
Adelante y disfrutadlo!
Un beso.
¡Hola, Roberto! Comenzaremos esta semana. Yo sólo conozco a Jose Vicente. Él traerá a gente que a su vez traerá a más gente. Leeremos (esto aún tengo que proponerlo) poemas, textos o fragmentos de periódicos, revistas o libros que, por alguna razón, nos hayan llamado la atención. Y luego, claro, los comentaremos. La idea es hacer algo más que una mera tertulia informal.
Sé que te gustaría. Y, desde luego, a mí que estuvieses.
Un abrazo.
Mi queridísima Anay, qué lástima que no seas leonesa. Lo de leer poemas, por supuesto, se me ha ocurrido por ti. No les he comentado nada, pero pienso que tendrá una gratísima acogida.
Como en el caso de Roberto, es una pena que no puedas sumar y sumarte al club.
Ausencias notables.
Un beso.
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