Retomando
Leyendo la Karenina de Tolstói, me encuentro por escrito con el anacrónico pensamiento de nuestro presidente, y el de tantos otros socialistas convencidos de que la inmensa rueda de la Historia, por alguna razón inexplicable, y desde luego inexplicada, se detuvo no ya hace muchos años, sino ya hace más de un siglo:
“Tú sabes que el capital aplasta al obrero. Entre nosotros, el obrero, el mujik, lleva todo el peso del trabajo y, por más que haga, no puede salir de su estado y sigue siendo toda su vida una acémila. Todo el beneficio, todo lo que permitiría a los trabajadores mejorar su suerte, disponer de tiempo libre y proporcionarse instrucción, todo eso les es arrebatado por los capitalistas. Y la sociedad está constituida de tal forma que cuanto más se esfuerza y sufre el obrero, más se enriquecen a sus expensas los comerciantes…”
Esta es la explicación de esa ansia infinita de igualdad del presidente. Y entiéndanme que abrace la relatividad absoluta de todo concepto. Pues, aunque sea por debajo, habrá quien se alegre con la equiparación.
Este regalo con que nos obsequia hoy don Gabriel Albiac, en su columna:
«Las ilusiones nos son gratas, porque nos ahorran sentimientos displacientes y nos dejan, en cambio, gozar de satisfacciones. Pero entonces, habremos de aceptar sin lamentarnos que alguna vez choquen con un trozo de realidad y se hagan pedazos».
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Esta es la explicación de esa ansia infinita de igualdad del presidente. Y entiéndanme que abrace la relatividad absoluta de todo concepto. Pues, aunque sea por debajo, habrá quien se alegre con la equiparación.
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Este regalo con que nos obsequia hoy don Gabriel Albiac, en su columna:
«Las ilusiones nos son gratas, porque nos ahorran sentimientos displacientes y nos dejan, en cambio, gozar de satisfacciones. Pero entonces, habremos de aceptar sin lamentarnos que alguna vez choquen con un trozo de realidad y se hagan pedazos».
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