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Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

09 noviembre 2011

Digo

El individuo busca por instinto su propia supervivencia. Y, por esta misma razón, su propia felicidad o comodidad. Somos hedonistas por naturaleza. Sí, hay quien vive feliz, una felicidad sin duda muy particular, esforzándose, sacrificándose, poniendo al límite su maltrecha fuerza de voluntad, pero esto sólo ocurre por la obtención de un rédito económico, social, cultural, o meramente personal. Quitemos este beneficio, y el sujeto no tendrá motivo alguno por el que renunciar a su placentera vida. Del mismo modo, podemos finiquitar los argumentos de quienes defienden las bondades y virtudes de la persona particular. Se podría afirmar que los seres humanos evolucionamos. Pero es absolutamente mentira. Evolucionan, o progresan (pues en este sentido se trata de lo mismo), las sociedades. Ese conjunto donde el individuo tiende a perder toda identidad. Y en donde lo particular no se desarrolla en la misma medida, ni en la misma dirección, que el grupo al que pertenece. Cuando se lee a Cervantes o a Mariano José de Larra, por poner dos ejemplos separados en el tiempo, hay algo que destaca con obscena nitidez: los mismos vicios, defectos o taras de las personas se repiten a lo largo de todas las épocas. Y, claro, uno puede asegurar que a él no lo mueve el egoísmo, sino el más puro y elevado altruismo. Y que su libro de estilo, su conducta pulquérrima, intachable, tan vanagloriada, jamás lo moverá a hacer daño a sus semejantes. Un fenómeno, por quien no lo haya notado, total y literalmente cristiano. Pero claro. Al igual que los derechos de cada uno de nosotros terminan donde tienen comienzo los de los demás, y siguiendo una misma línea lógico-argumentativa, convendrán conmigo en que nuestro nobles e inmaculados deseos también pueden chocar con los de otro sujeto que se cree así mismo igual de impoluto, igual de digno, y con las mismas posibilidades de suscitar admiración e imitación en su semejante. En su caso, ¿qué o quién determina objetivamente la jerarquía que ha de imperar? ¿Pero es que realmente existe la objetividad? Y si existe, ¿por qué principios se rige? ¿Y de dónde vienen estos principios? ¿Ha de haber, necesariamente, una jerarquía?...