Por partes
Esa voz que en las ondas suena rotunda y algo imperativa, por escrito, alberga una profundidad filosófica realmente maravillosa. Les copio, con alevosía pero sin ánimo de lucro, unas líneas que saben a Oca:
“No es más triste la verdad. Lo que no tiene es remedio. La verdad, esa que San Juan dice que nos hace libres, es tan poderosa que no hay forma de destruirla. Se parece bastante a nuestra conciencia, ese Pepito Grillo que Homero inventó en la Iliada y tantas religiones recogieron después. Eso que llamamos conciencia, eso que nos habla desde lo más profundo, eso que nos dice sí cuando es no, es lo que verdaderamente nos hace humanos. Tan diferentes y maravillosos. Pienso en esa voz del interior y no puedo negar la existencia de Dios. Distinto a cualquier criatura. Feliz por existir.
Luego vinieron el lenguaje, las palabras, los libros, la música. Pero la risa y la pena nos hacen únicos en la gran creación. En un librito nada pretencioso pero verdaderamente profundo y admirable, el filósofo Carlos Goñi (Cuéntame un mito. Ariel) afirma con razón que en la superficie del hombre, lo más humano es la risa. En contra de lo que nos contaron desde niños, la risa nos hace hombres. Hombres sensatos, conscientes de nuestra condición. Y después de la risa, la mirada. Si, eso somos, risas y miradas”.
Don Félix Madero, en su columna de hoy.
***
La noche del Sábado asistí con una amiga a una performance en el Musac. En mi opinión, cada vez es más notorio que las subvenciones han acabado con el ingenio artístico. Esperaba, de acuerdo con la definición del género, improvisación, una puesta en escena verdaderamente sensitiva y, desde luego, algo rigurosamente novedoso y contemporáneo (más allá del lugar en el que se representaba). Lo que saqué en claro: una obra de teatro al uso, en inglés, con efectos lumínicos muy limitados (tres colores escasos que, además, cuando se utilizaban no se correspondían con el relato, ni aportaban experiencia añadida alguna a lo que se estaba viendo -y eso que colaboraba al respecto un escultor muy vanguardista-), y como efecto sonoro, en algún momento determinado, apenas se oía el rumor de unos pajarillos trinando o la trompa de un elefante algo enfadado. Eso sí. Las actrices eran unas criaturillas fantásticas. Su vestuario se reducía apenas a un sencillo camisón, cortito y transparente. Y una de ellas, además, albergaba satisfecha un busto grecolatino redondeado y elegante, que confería al conjunto de la hembra un aspecto asombrosamente encantador (para lo provocativo del atuendo, vaya). Sin embargo, pienso, siempre profundamente, que tenía los pezones un punto arrogantes para la ocasión. Y que sus caderas, quizá demasiado pronunciadas, eran todo un canto a la necesaria e inevitable promiscuidad del ser humano (Jorge de los Santos dixit), o a la petición de la Libertad de apareamiento como derecho fundamental e inalienable ante las más altas instancias.
Dios mío: ya han pasado un par de días y no me quito esas tetas de la cabeza.
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