Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

02 abril 2012

Santo paseo

Una tarde soleada pasada por agua. Muchachos de vacaciones. Madres sin el descanso de sus vástagos. Un mecánico taciturno desde la falta de su hermano. Otro colega del anterior cuyo taller se encuentra en todos los bares. El barrio tiene un vecino menos. La gente no cree en los pronósticos del tiempo. Una joven pareja de enamorados. Dos ancianos que superaron felizmente ese estado de imbecilidad transitoria. Perritos sueltos desperdigando sus deyecciones. A ver si las nubes no van a estar sólo de paso. Las terrazas como castiza y saludable costumbre. El hábito del débito. Una madre orgullosa de su hija. Las primeras gotas en una larga temporada descargan un poco el viciado ambiente. El indigente parece temer peores cosas que la lluvia. El río baja turbio. De San Marcos sale gente muy elegante. El reloj de la plaza aún no lo han puesto en hora. La risa de unas muchachas ruboriza a un jovencito sin experiencia en lagartas. El farmacéutico abronca enojado a la manceba. Las señoras vetustas de la pequeña capi disfrutan de su chocolate, ajenas al mundanal ruido de los problemas. Muchos viandantes resguardados al cobijo de los escaparates. No obstante, las tiendas están más bien vacías. La Inmaculada observa a sus ciudadanos desde la altura con frialdad hierática, con distante solemnidad, y tal vez con un punto de arrogancia. Varios papones observan ceñudos y cariacontecidos la prematura oscuridad del día. Les deseo suerte aunque todos lo vemos muy negro. Poco después tropiezo con otros papones. Pero éstos parecían menos simpáticos. Pues era gente importante o, ¡vaya!, de los que se toman la molestia en aparentarlo. Sus respuestas eran lacónicas, adustas, denotando en un ojo experto personas de no demasiada inteligencia. En mi opinión, son el cáncer de estas tradiciones: gente sin fe, y con una excesiva vanidad por bandera, que adopta un aire pomposo y rimbombante cada vez que viste el elegante traje de los cofrades. Qué aires, siempre soberbios. Qué andares, menos rumbosos que chulescos. Qué portes, nada esbeltos. Y qué miradas, desdeñosas, displicentes, harto impertinentes. Serían, sin duda, la vergüenza de los inveterados y auténticos penitentes. Santas hermandades de arrepentimiento y fe, convertidas en recreo de ricachones incultos y señoronas grises. La justicia es ciega (a veces); la iglesia, si la cosa interesa, por lo menos tuerta (siempre). En el Corte Inglés sí que ha llegado la primavera. Han mejorado la sección de librería, de la que no me muevo en gran parte de la tarde. (H)ojeo lo nuevo de Auster, y acaricio la María Antonieta de Zweig, pero me llevo, finalmente, el Copperfield de Dickens. La dependienta es, extraordinariamente, una mujer muy atractiva. Rubia, alta, delgada: y con unas piernas…y un pelo….y unos ojos…. En fin, que da un gusto infinito que pongan siempre en cada sección al ejemplar más capacitado. Y disculpen el tono: habrán adivinado que salí de casa sin paraguas.