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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

18 noviembre 2006

Puskas. Por Alfredo di Stéfano.

«Al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen». Es criollo puro, pero viene al dedo para hablar de mi inolvidable Pancho. Qué quieren que les diga. Para mí es lo mismo que se haya muerto. Para nosotros sigue aquí. Sigue siendo uno más. Un tipo tan natural como él, sencillo, humilde, amigo de sus amigos, no se muere nunca. Queda para siempre. Y yo siempre le tendré en mi cabeza. Y hablaré de él cuando me reúna con Santamaría, con Pachín, con todos, como si nada hubiera pasado. Le veo tocando la guitarra, jugando a las cartas, ayudando a los demás...
Siempre que me preguntan por él, me hablan de su gordura. ¿Y qué iba a hacer el hombre si era así por constitución? Por eso lo del ñudo, que viene a ser en castellano como que da lo mismo que le pongan una faja a un gordo porque nunca le va a desaparecer la barriga. Siempre he dicho lo mismo. Menos mal que vino al Real Madrid con treinta cumplidos y unos kilos de más, si viene con 23 y en línea, nos jubila a todos.
Yo ya le conocía antes de aterrizar. Sabíamos de sus andanzas en Wembley en el partido contra Inglaterra y además un húngaro al que le llamaban «el viejo» me había hablado de él. ¡Cómo sería que Pancho le jubiló y el tipo hablaba maravillas de él!
Su tic y el mus
Cuando llegó estaba gordito, pero se quitó la cerveza y bajó cuatro kilos. Pero eso no importa. Venía pesado, pero rompía la pelota. Y bajaba, y subía. No era de los que se quedaba arriba. Tenía un toque extraordinario. Le tirabas un jabón y la paraba con el empeine. Con la derecha se defendía. La pegaba y todo. Se mordía el labio del esfuerzo que hacía, pero con la izquierda, te querías morir. «Pum». «Tac». Fuerte, seco, duro. Con precisión. El balón salía despedido. Los porteros no lo veían y si lo veían, les doblaba los dedos. Y eran los balones de antes. Los de ahora son globos. Parece que los porteros en lugar de dedos tienen cascos. Espero que la FIFA haga algo al respecto.
No le costó mucho hablar español. Empezamos llamándole Francisco, por aquello de Ferenc, ¡qué sé yo! Pero yo un día le llamé Pancho y Pancho se quedó. Al principio sólo decía, «motor, motor», que para él quería decir movimiento, correr. Pero nos entendíamos de maravilla. El idioma del fútbol es mundial. Estaba Kopa, estaba Rial. A Héctor no le hizo mucha gracia su llegada porque él tuvo que pasar a jugar a la derecha. Gesticulaba mucho. En el campo no paraba de hacer gestos. Un día le tuve que decir que se quedara quieto de una puñetera vez porque los árbitros y los contrarios siempre creían que les estaba mandando a hacer puñetas. Por eso no le dejábamos al principio jugar al mus. Tenía un tic y nunca sabías cuándo te hacía una seña o era algo natural. Te volvía loco. Le dejamos por imposible y terminaba ganando, pero nadie quería ir con él.
Vivía por el Niño Jesús, cerca del Retiro. Pronto se hizo amigo de medio barrio. Don Santiago Bernabéu le decía que tenía un agujero en la mano. Todo lo que ganaba le entraba por la palma y le salía por abajo. Nunca llegaba al bolsillo. No comía demasiado, pero le gustaba mucho el vino blanco con sifón. El whisky no lo probaba y cuando tenía que cuidarse era automático, dejaba todo.
Los que no le han visto jugar nunca sabrán lo que era. Con el tiempo sólo se ha hablado de sus goles, de su remate, de su zurda. Pero era un buen jugador. Técnico, con inteligencia. Sabía siempre lo que tenía que hacer. Y eso que llegó con treinta años. Cuando íbamos por Europa todos le conocían. En Inglaterra era algo extraordinario. Para eso no hay nadie como los ingleses. Viven el fútbol de otra manera. Saben reconocer las cosas y las mantienen vivas.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Alfredo di Stéfano, el mejor jugador de futbol de todos los tiempos

viernes, 02 febrero, 2007  

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