El sujetador.
Anda la prensa moliente tan ocupada en Madeleines, quema de los antes ignífugos retratos de sus Majestades, la concreción del milagro de los panes y los peces en la chistera presupuestaria de Zapatero, la vuelta a las andadas de Euskadi Ta Askatasuna y, la prensa socialdemócrata, siempre tan actual y progresista, en la memoria histórica, la guerra de Irak y la necesaria alabanza a ZP por sus buenas relaciones con Micronesia y Mongolia que, muy a mi pesar, han dejado de lado, ignorado, marginado y despreciado un hecho de eximia importancia cotidiana. El aniversario del sujetador.
Se cumplen cien años de esta prenda sin parangón, al menos, en cuanto a tetas se refiere. Qué sería de ellas sin este amigo que las mima delicadamente, las abraza desinteresadamente, las mantiene firmes, sugerentes, respingonas, casi arrogantes.
El sujetador ha marcado, sin temor a duda, toda una época. ¿Acaso se imagina alguien a las féminas más prominentes del momento sin la prenda en cuestión? ¿Qué sería de los senos abizcochados de Charlize Theron? ¿Qué sería de los tulipanes maduros de Halle Berry? ¿Qué sería de los frescos y abundantes montículos de Salma Hayek? y, profanando materia de eruditos, ¿Qué sería de todos nosotros sin el porte caprichoso de las almibaradas frambuesas de Penélope Cruz?
Leyendo ya hace tiempo el blog de sexo de El Mundo, que es refugio de intelectuales, consuelo de entendidos y biblioteca de erótica púdica, como la Vaticana, hablaba de un estudio que aconsejaba a los varones contemplar, al menos durante unos minutos al día, unos pechos femeninos. La actividad sería tan saludable como ir media hora al gimnasio todos los días –entiendo que sin sumarle a esta ínclita actividad los igualmente beneficiosos –es un suponer- efectos de contemplar el tanga a la monitora mientras se ejercitan los músculos- y reduciría la prensión sanguínea, con lo que el riesgo de enfermedades cardiacas disminuiría –esto os lo pongo para que veáis que no me lo he sacado de la manga, que podría haberse dado el caso, no nos vamos a engañar a estas alturas-. Nada dice el estudio sobre lo que debe contemplar una señorita para obtener los mismos efectos, pero no creo que escape a la aguda inteligencia de mis lectores de qué se puede tratar ¿verdad?
Pero hablábamos del sujetador, del estímulo hecho prenda, de la estética preciosista de la mujer. Toda mujer que se precie y se aprecie, tiene gusto por el sujetador, por su color, por su textura, por su suavidad, por la conjuntación necesaria con esas braguitas tan feas que la regaló su novio o marido pero que, tanto los pone. El sujetador de una mujer define con precisión matemática su personalidad. Cosa y caso distinto es la relación del hombre con sus calzoncillos, tema delicado que, por su complejidad y extensión, trataré otro día.
El sujetador es una prenda que no ha perdido fulgor con el paso de los años, lo cual le brinda, si es que cabe, mayor reconocimiento. Nada hay más sugerente que una mujer en sujetador, nada afila tanto los dientes del hombre e incrementa proporcionalmente su baba como la contemplación de una mujer con el mismo, sean redondeados o geométricos, de colores sobrios o alegres estampados, de perfil opaco o de incipiente transparencia.
Con esta última mirada, en consideración, me voy a ir despidiendo. Lo sé –ejercicio de penitencia para la eventual lectora- soy un pecador, un machista y un pervertido, pero no puedo remediarlo, y, eso que hago lo que puedo.
La guinda: “la belleza no sirve para otra cosa que para el placer de contemplarla y, en contadas ocasiones, para la suerte de meterte en cama con ella” –frase encontrada en la columna de José Luis Alvite dedicada a Umbral, curioso ¿no?-.
Se cumplen cien años de esta prenda sin parangón, al menos, en cuanto a tetas se refiere. Qué sería de ellas sin este amigo que las mima delicadamente, las abraza desinteresadamente, las mantiene firmes, sugerentes, respingonas, casi arrogantes.
El sujetador ha marcado, sin temor a duda, toda una época. ¿Acaso se imagina alguien a las féminas más prominentes del momento sin la prenda en cuestión? ¿Qué sería de los senos abizcochados de Charlize Theron? ¿Qué sería de los tulipanes maduros de Halle Berry? ¿Qué sería de los frescos y abundantes montículos de Salma Hayek? y, profanando materia de eruditos, ¿Qué sería de todos nosotros sin el porte caprichoso de las almibaradas frambuesas de Penélope Cruz?
Leyendo ya hace tiempo el blog de sexo de El Mundo, que es refugio de intelectuales, consuelo de entendidos y biblioteca de erótica púdica, como la Vaticana, hablaba de un estudio que aconsejaba a los varones contemplar, al menos durante unos minutos al día, unos pechos femeninos. La actividad sería tan saludable como ir media hora al gimnasio todos los días –entiendo que sin sumarle a esta ínclita actividad los igualmente beneficiosos –es un suponer- efectos de contemplar el tanga a la monitora mientras se ejercitan los músculos- y reduciría la prensión sanguínea, con lo que el riesgo de enfermedades cardiacas disminuiría –esto os lo pongo para que veáis que no me lo he sacado de la manga, que podría haberse dado el caso, no nos vamos a engañar a estas alturas-. Nada dice el estudio sobre lo que debe contemplar una señorita para obtener los mismos efectos, pero no creo que escape a la aguda inteligencia de mis lectores de qué se puede tratar ¿verdad?
Pero hablábamos del sujetador, del estímulo hecho prenda, de la estética preciosista de la mujer. Toda mujer que se precie y se aprecie, tiene gusto por el sujetador, por su color, por su textura, por su suavidad, por la conjuntación necesaria con esas braguitas tan feas que la regaló su novio o marido pero que, tanto los pone. El sujetador de una mujer define con precisión matemática su personalidad. Cosa y caso distinto es la relación del hombre con sus calzoncillos, tema delicado que, por su complejidad y extensión, trataré otro día.
El sujetador es una prenda que no ha perdido fulgor con el paso de los años, lo cual le brinda, si es que cabe, mayor reconocimiento. Nada hay más sugerente que una mujer en sujetador, nada afila tanto los dientes del hombre e incrementa proporcionalmente su baba como la contemplación de una mujer con el mismo, sean redondeados o geométricos, de colores sobrios o alegres estampados, de perfil opaco o de incipiente transparencia.
Con esta última mirada, en consideración, me voy a ir despidiendo. Lo sé –ejercicio de penitencia para la eventual lectora- soy un pecador, un machista y un pervertido, pero no puedo remediarlo, y, eso que hago lo que puedo.
La guinda: “la belleza no sirve para otra cosa que para el placer de contemplarla y, en contadas ocasiones, para la suerte de meterte en cama con ella” –frase encontrada en la columna de José Luis Alvite dedicada a Umbral, curioso ¿no?-.
2 Comments:
Obviaré el primer párrafo que me daría mucho que hablar y mancharía con ello semejante efeméride.
Como siempre, estás en lo más importante, y si no es por ti se me hubiese pasado por alto el cumpleaños del sujetador.
Se te ha olvidado expresar lo que sugiere la ausencia de sujetador en una mujer, supongo que por pudor.
Tras esta apología del sujetador, dejaré de ser tan utilitarista hacia esa prenda como hasta ahora, que sólo me paraba a apreciar el grado de dificultad que hubiera para abrirlo, y así colocarlos de menor a mayor en mis preferencias de modelos de sujetador (que no modelos en sujetador).
Un saludo.
Muy buenas Roberto, algún dia volveré al ruedo político por estos lares, no me va a quedar más remedio, jajaja.
Lo que sugiere una mujer sin sujetador a lo mejor no adoptaba tono poético precisamente, es por ello que no me atrevo, por en lo que pueda derivar.
No renuncies a esas preferencias Roberto, es igualmente beneficioso e ilustrativo a la par que enriquecedor, preferenciar en cuanto al continente además de en cuanto al contenido. Preferenciemos pues, jajaja.
Un saludo Roberto.
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